miércoles, 8 de abril de 2015

El oro del pirata

 
 





Salía del agua y volvía a hundirse, lavando la superficie salada su mentón y su boca, llenando de resplandores la mirada de espanto de aquel hombre.
 
Se negaba a hacerlo.
 
El pesado lastre de sus bolsillos le hacía hundirse sin remedio, haciendo que su vida se le escapara por cada poro de su cuerpo, sintiendo frío, rabia y odio por la situación que estaba viviendo.
 
Se negaba a vaciarlos.
 
Después de que la santabárbara estallara, pocos habían sido los supervivientes, náufragos en mitad del piélago tras el último abordaje. Se había jugado la vida en ello y en el último momento llenaba sus bolsillos de oro, colmaba el zurrón de metal amarillo hasta estar seguro de tener suficiente como para vivir dos vidas por todo lo alto.
 
Tragó otro buche de agua.
 
Volvió a hundirse... no... No iba a dejar aquel botín. Se lo había ganado arriesgando su vida, cercenando gaznates ajenos de mercaderes ilusos... No... Iba a nadar hasta alcanzar el resto del bauprés que flotaba y luego patalearía hasta la costa cercana que se divisaba allá por barlovento.
 
El peso del zurrón hundió de nuevo su torso, y la cresta de una ola tapó su boca y su cabeza.
 
Apenas le quedaban fuerzas para llegar a la madera.
 
Sabía que si soltaba el oro podría tener posibilidades de vivir... Pero ese oro le pertenecía.
 
Pensaba en eso mientras descendía hacia las profundidades, arrastrado por un botín que jamás nadie iba a arrebatarle, imaginando la fabulosa vida que hubiera tenido de haber llegado al bauprés.
 
 
 
 


domingo, 9 de noviembre de 2014

Contacto, de Carl Sagan

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"La ciencia y la religión se basan en el asombro, pero pienso
 que no es necesario inventar historias; no hay por qué exagerar. El mundo real nos proporciona suficientes motivos de admiración y sobrecogimiento. La naturaleza tiene mucha más capacidad
para inventar prodigios que nosotros"
 
Carl Sagan
 
Contacto
 
 
 

Recomiendo esta novela.


Había visto la película hacía años, y me había encantado.

 
Pero hasta hace unos días no supe que estaba basada en la novela que escribió Carl Sagan. Y allá que me puse. Me la bebí, claro.

 
Por supuesto, a quien esto lea, decirle que supera la película con creces, como suele ocurrir con cualquier adaptación, y que disfrutará de los pasajes en los que se ven la cara la ciencia y la religión, y que a mi me parecen fascinantes.


 
El final tiene un toque mágico que no se incluyó en el film.


 
Así que ya sabe, si es usted una de esas personas que alguna vez miró hacia la negra noche plagada de estrellas y se preguntó qué demonios puede haber allá arriba, este libro le encantará.

 
 
 
 
 


viernes, 2 de mayo de 2014

Una maleta llena de proyectos

 
 
 
 
 
 
 
   Estoy de vuelta.
   Y la calma reina en las comisuras de mis ojos hastiados de olas, de resplandores, de versos de levante a poniente.
   Como en todo viaje uno llega cansado, deja la maleta a medio deshacer y busca indicios del pasado en el que vivía antes de partir, rumbos seguros. Descansa y duerme, se sumerge en la rutina e intenta despertar cada mañana con esa sensación de satisfacción de que pudo hacerlo, de que abarcó el horizonte que se marcó.
   Es entonces cuando se cae en la cuenta, días más tarde, de que la maleta aún sigue sin deshacer.
   Y en ese momento te preguntas, con cierto vértigo, si deberías vaciarla del todo o volverla a llenar para partir hacia un nuevo horizonte, un nuevo proyecto.
   De vuelta al camino… de vuelta.
 
 


martes, 18 de febrero de 2014

Carnaval de Cádiz, poesía cantada

 
 
 
 





 
Qué pena…
Que con esa edad que tienes tengas tan poca humildad.
Que carezcas totalmente de tolerancia… Qué pena.
Qué pena que escupas sobre ti mismo, sobre las costumbres de tu tierra, que digas y difames sobre algo que no comprendes, que costó mucho años conseguir y que ha hecho tan feliz a tantas familias y generaciones sin daño alguno.
Recuerdo mis noches de adolescencia cantando coplas de Martínez Ares con mis amigos frente a la playa, en noches mágicas de lunas imposibles. Recuerdo la carnecita de gallina, recuerdo aquel brujo, recuerdo ese vapor, cada una de las letras que hicieron que aquella calle de la mar fuera la banda sonora de mi vida… Aquellas noches de final en las que nos reuníamos como quien observa una partida de magos entonando palabras mágicas que nos harían tomar rumbos seguros.
Y más tarde, cuando tocó irse lejos a buscarse la vida en ciudades lejanas, susurraba esos pasodobles y popurrís que me arropaban con su seguridad, aferrándome a mis orígenes, haciéndome sentir cerca mi costa de la luz…
Qué pena que insultes ese arte sin conocerlo, que no tengas interés alguno por escuchar una presentación a oscuras en el Falla, pero sí te quedes embobado con un programa americano de chulos y putas donde los constantes pitidos tapan las palabrotas.
Por eso, te compadezco.
Por eso esa pena de la que hablaba, se comienza a transformar en indiferencia.
Ignoro la infancia y la juventud precoz que te han regalado tan tremenda soberbia.
Ignoro si has disfrutado, reído, llorado de emoción, y se te han puesto los vellos de punta con las voces de una poesía cantada, porque en carnavales la gente no habla, sino canta, y canta poesía… Y poesía con letras mayúsculas, por las calles y por donde les salga de la hierbabuena…
Ignoro si alguna vez sentiste algo así.
Lo que sí te puedo asegurar es que yo te tolero.
Tolero tu opinión porque no soy como tú.
Pero te compadezco.
 
 
 


sábado, 15 de febrero de 2014

Aquella vieja librería





 
 



Aún recuerdo la sensación de entrar en una de aquellas viejas librerías donde casi todo podía ocurrir.
   Una de esas estancias donde el olor de la aventura, de la pasión, el misterio y la ternura se asomaban entre las tímidas cubiertas de un libro, de sus lomos de piel o de cartón, con esos títulos en rótulos relucientes.
   Siempre he sido un gran defensor del libro en papel, ya que además de leer soy bibliófilo, me gusta el objeto en sí, el libro con todo lo que le rodea, los antiguos volúmenes, el valorado hallazgo de una primera edición apenas usada, en buenas condiciones de conservación (y la valorada donación de alguien que sabe cuánto lo aprecio), el olor de la tinta, el parpadeo de sus páginas al pasarlas y sentir la áspera sensación de sus márgenes, el peso de sus hojas al quedar dormido cada noche a su lado, como si de una amante fiel se tratara.
   Pero, ¡Ay!… que las cosas cambian sin darnos cuenta.
   Yo que no quería ni ver un libro electrónico… Yo que difamaba de ellos y los veía como traidores del buen perfil lector… Qué equivocado estaba.
   Me embaucaron sus ventajas. Su peso imperceptible, su capacidad infinita y su luz nocturna. La discreta longitud de su perfil y la facilidad y rapidez para disponer de textos me hicieron olvidar las andaduras en busca de volúmenes imposibles o de títulos que se escaparan fuera del ámbito más comercial.
   No he dejado de atesorar mis libros preferidos en su formato original de páginas perecederas como la vida misma, de hojas que envejecen al mismo tiempo que sus dueños lectores, sin embargo…
   Sin embargo, no he podido evitar caer en sus redes.
   Y ahora, por las noches, cuando me voy a la cama con el libro electrónico en la mano, paso la mirada por mi biblioteca y mi colección de amantes miran con resignación a la más guapa, a la que duerme a mi lado, a la que les ha relegado a antiguas librerías donde cada vez entran menos clientes, negocios que algún día recordaremos de forma romántica cuando vayamos a un museo y nuestros nietos nos pregunten señalando una vitrina:
  –Abuelo, ¿qué son esos montones de hojas cosidas?
  –Son libros… Libros de verdad.  


 


miércoles, 8 de enero de 2014

La irremediable inspiración de la tormenta

 
 
 
 
 
 
El viento pega fuerte en las ventanas, haciendo bailar los mandarinos en las aceras, bamboleándose como niños escuálidos y reverentes.

   La lluvia es fina, llevada a paños largos por el levante húmedo del Estrecho; el día gris, de invierno recién entrado. La mañana fría, de enero.

   La gente deambula por la calle, formas imprecisas como hormigas perdidas que buscan refugio, ajenas a que sobre ellos está cayendo el sutil paño de la literatura.

   E irremediablemente caigo en el teclado y las palabras salen solas invocando abstracciones con vida propia.

   Y de forma casi involuntaria, como si el ente maléfico de las palabras prohibidas hubiera poseído mi interior, comienzo a escribir mi quinta novela, escuchando el viento, sintiendo el calor del flexo sobre mis manos en el teclado, el aroma del café cuyo humeante olor empaña los cristales sobre los que aporrea la lluvia.

   Para entonces yo ya no estoy allí.

   Sino a miles de kilómetros.

   Sumergido en un mar de palabras, de peligros y de emociones que mis personajes comienzan a susurrarme al oído.

   Susurros mezclados con el viento.

   Con los vaivenes de la lluvia y de la tormenta.

 

jueves, 5 de diciembre de 2013

Animal











"En una época ávida por experimentar estados de conciencia
alterados, fuera de lo corriente, tendemos a pasar por alto
hasta qué punto nuestro estado mental ordinario es ya una
conciencia profundamente mistificada; una conciencia aislada de un modo sorprendente de los hechos prácticos de la vida".
 
Vacas, cerdos, guerras y brujas.
 
Marvin Harris.
 






   Animal.
 
   Así se llama ese instinto. Animal.
 
   Desde que nacemos estamos alejándonos de él, despegándonos de ese hilo que nos une con una naturaleza a la que rechazamos, de la que nos cuesta creer que formemos parte íntima.
 
   Crecemos adaptándonos a una socialización escogida, quedando esa herencia en un estado latente que subyace a las acciones cotidianas sin que nos percatemos, cambiándoles el nombre para engañar así nuestra soberbia humana.
 
   Buscamos oficios en los que no intervenga el esfuerzo físico para un organismo que la naturaleza seleccionó gracias a su adaptabilidad para buscar, cazar y recolectar alimentos durante todo el día. Y esa carencia de trabajo muscular, es exigida por nuestro cerebro; por eso pagamos un gimnasio que supla esa necesidad negada.
 
   Por eso, supongo, nos gusta practicar de vez en cuando deportes de "riesgo", y soltar esa adrenalina que podríamos segregar al acechar una presa para la cena.
 
   Por eso nos gusta el cine de acción, y de guerra.
 
   Por eso, de forma quizás algo más inquietante, nos sintamos a veces identificados con personajes de cine o literatura que hacen de superhéroes, de justicieros o incluso de asesinos.
 
   ¿Qué se esconde bajo esta apariencia humana?
 
   Para saberlo, piense cuántos instintos disfraza.
 
  Quizás pueda llegar a sospechar qué animal, qué instinto lleva agazapado dentro de usted...
 
 
 
 
 
 
 


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Iwasaki y el humor




 
 
 
 
 
     El humor. El bueno.
   Esa es sin duda la clave, la ruta, el rumbo que buscar, la llave de la supervivencia.
   Hace un tiempo tuve el honor de compartir relato con Fernando Iwasaki. Un relato en clave de humor. Qué difícil es hacer reír, convertir esos inevitables baches de la vida cotidiana en simples episodios de humor, como si no fuéramos más que títeres en mitad de un patio de butacas repleta de niños que rezumasen inocencia.
   Siempre es más fácil alterarnos, vaciar de insultos el saco de los insultos acumulados, desahogarnos con lo que tengamos a mano. Gritos, ceños fruncidos, miradas de odio, de ira…
   Y entonces, un día cualquiera, surge de nosotros, de nuestros adentros, ese personaje, ese payaso lúcido que se cala la nariz de gomaespuma y sonríe consciente de lo poco que vale la pena un disgusto, convenciéndonos a medida que observamos los surcos crecer en torno a los ojos, de que en este instante perdido en mitad del insondable cosmos, no hay cosa más importante que sonreír y recordar esas sonrisas.
   Fernando Iwasaki insistía en lo importante de este género en la literatura.
   Y hoy, paseando y observando a la gente me he dado cuenta de lo fácil que es sonreír. De lo poco que cuesta. De lo mucho que vale… La clave, quizás, para sobrevivir en un mundo de tentaciones, un rumbo efectivo para no perdernos en este mar de corrientes movidas por la ambición, el egoísmo y la ira.
   Sonrisas gratis.
   Y humor… Mucho. Pero del bueno.
 
 
 


viernes, 23 de agosto de 2013

To leer or not to leer?








   The question...

   No hace mucho leí un artículo que me hizo pensar, ejercicio tan sano en cortas dosis como perjudicial a grandes sorbos. En él se afirmaba que las personas asiduas a la lectura de novelas son más infelices que quienes no leen este género de la literatura. La causa estriba en que, al abstraer durante la lectura se realiza una fascinante asimilación imaginaria de la vida de los personajes. Y claro, de tanto leer e identificarse con ellos para comprenderlos, el lector acaba desarrollando un gran sentido de la empatía con los demás, es decir, con el mundo real, sintiendo de forma más personal e interna los problemas ajenos.
 
   ¿Qué les parece?
   A mí me aterra.
   Los que leemos somos, ¿más sensibles y menos felices?
   ¿Dejo de leer?
 
   No sé cuánta verdad hay detrás, pero desde que me enteré de esto cierto sentimiento de culpabilidad acude a mi instinto cuando abro las páginas de una nueva novela e intento comprender  la vida de sus personajes, como si cayese en una sugerente y mullida tela de araña, esperando a que llegue la maldita zancuda a envolverme en su hilo de pesares, inmóvil ante un camino que yo mismo proyecté. Maldita sea.
 
   To leer or not to leer?
 
   Y se me ocurre otra aún más aterradora.
 
   To escribir or not to escribir...?
 
 
 
 



jueves, 13 de junio de 2013

El Libro del Mundo






 
   Y era tanta la cultura de la que disponían y tan fácil el acceso a ella, que por eso la despreciaron.
 
   Y en un intento por analizar lo que ocurría, los grandes sabios del planeta se reunieron en la Isla Secreta de la Razón. De distintas disciplinas y culturas eran sus componentes, que sentados alrededor de una fogata bajo un manto de estrellas, culminaban una interesante conversación.
 
   - ¿Qué hacer cuando lo dado no se mantiene por puro rechazo? - dijo el más anciano, apesadumbrado su rostro de mil soles, curtida su piel que era la piel del tiempo.
 
    - Negarlo - afirmó alguien con rotundidad.
 
    - Borrarlo todo del mapa, dejarlos ciegos. Que se apañen sin el saber, que lo busquen, que lo ansíen, que lo deseen - sentenció otro sabio sin piedad.
 
   El anciano atizó un tronco crepitante que chispeó como una nebulosa imprecisa en mitad de la oscuridad. Luego sonrió cansado y tomó con sus manos el Libro del Mundo, sosteniéndolo sobre las llamas, dejándolo caer, impasible ante el legado que se retorcía en el fuego.
 
   - Es hora de empezar de nuevo - dijo al fin.
  
   Los allí presentes observaron pensativos la arena de la playa, sintieron la brisa fresca del mar, el sonido de la orilla anillada.
 
   También percibieron la angustia de unos pocos humanos que allende el mar veían asombrados cómo sus libros desaparecían de sus estantes y bibliotecas, ardiendo de forma enigmática.
  
   Otros muchos, millones de ellos, ni tan siquiera lo supieron hasta varios años después.
 
  
 
  

lunes, 20 de mayo de 2013

Londres a tu manera





 





   Esto es lo que le hace a uno reconciliarse con el decadente alrededor.
 
 
   Que haya personas que me ofrezcan cultura de verdad.
 
   Y no sólo aquí, sino más allá de nuestras fronteras.
 
   Personas que aman las ciudades, que ven a las personas más allá de los simples cánones de la venta. Personas que disfrutan con cada palabra que escuchan, que aprenden, que leen y estudian de forma insaciable para luego convertirla en ilustradas lecciones de viaje.
 
    A pocas personas he conocido con este entusiasmo.
 
   Se llama Rubén, es gaditano, y además de ser un viajero incansable, acaba de estrenar su empresa en pleno Londres, ciudad en la que vive desde hace años y que es capaz de enseñarte como nadie, sin que se escapen los detalles, con una cercanía que roza la fraternidad, con ese espléndido saber estar que tanto se echa de menos en estos tiempos que corren. Y es que cuando una persona siente pasión por lo que hace, se nota... Eso se transmite. 

  Gracias a él he estado en lugares de Londres que jamás hubiera imaginado que existieran, ya que ni en la más ilustrada guía en español se puede reflejar lo que varios años de vivencias e investigaciones en la ciudad pueden llegar a producir.

   Imágenes que se quedan en la retina. Historias que te hacen soñar como cuando eras un niño, otras que te abren los ojos a la realidad; escenarios históricos, enigmas escondidos entre la niebla con rutas en las que se llega a sentir cierto viaje a otro tiempo, el tiempo al que te conducen las palabras de estos guías.

   Sin más, invitarles a que les conozcan.

   Tengan por seguro que no olvidarán la experiencia.

   Aquí os dejo el enlace de la página:

   http://www.londresatumanera.com/#


   Y el de YouTube:

   https://www.youtube.com/channel/UCLHg6OLXDQF4MWn_BcZGeww

  
 
 
 
 


jueves, 18 de abril de 2013

Tercera Ruta Fernando Quiñones



 
 
 
 
 
   "Ni me mires tanto ni te de por seguir mis pasos, que a nadie le fue bien nunca el querer ser quien no es, y acuérdate de que mi vivir ha sido como las de oleada de mucha cresta, prisa y estruendo, que acaba como las otras, y todo luego se hace espuma y nada."
 
 
 
Fernando Quiñones
 
 
La canción del pirata
 
 
 
 
   Qué bien se estaba allí.
 
   Rodeados de buena gente, admiradores, amigos y familiares de Fernando Quiñones, recorriendo por Cádiz senderos que se abrían con palabras y recitales, que se iluminaban con voces flamencas que tronaban por las callejuelas y provocaban ecos invocando quejidos ancestrales.
 
   Qué limpio el cielo.
   Qué luz más potente por las plazas que atraían miradas y oídos donde las anécdotas tomaban hálito de vida, rememorando uno de los grandes.
 
   No se me ocurre, como he mencionado en otras ocasiones, escenario mejor y más bello para homenajear a alguien; pero si además hablamos de este hombre, de lo que fue, de lo que significa y lo que significará para el futuro de generaciones, entonces, el evento crece. Qué honor más grande Fernando Quiñones. Cuánto me ha enseñado este hombre sin conocerlo personalmente, acudiendo a mí gracias a la magia de literatura, su literatura, desde donde me guiña un ojo cuando necesito leer sus páginas llenas de frases que desprenden borbotones de lucidez.
 
   Qué bueno rodearse de buena gente en el Pay-Pay, por la Plaza de Mina, en la Alameda, en la emotiva playa de La Caleta que tan limpia le gustaba ver, en cuya puerta permanece inmortal...
 
   Gracias a todo aquel que prefiere un libro a una televisión.
   Gracias a todo aquel que resume en un cante mil palabras.
   Gracias al que se asoma a la vida con los ojos de la sencillez y la humildad.
   Gracias a todo aquel que da valor a lo suyo, a su tierra y sus costumbres, sin avergonzarse, alzándolo a lo más alto.
 
   Gracias, Fernando Quiñones, por tu grandísima obra.

 
 
 
 






martes, 5 de marzo de 2013

Qué tendrá




 
 
 





    Hace unos días que ando despistado.
 
   Mis musas fueron a Tarifa y se las llevó el levante, o algo así.
 
   Estoy profundamente inmerso en la tercera parte de mi novela, visitando lugares, ampliando documentación, imaginando conversaciones, apuntando expresiones, olores... Todo aquello que pueda hacer más real el mundo que imagino, ese que me hace vivir otras realidades cada vez que sintonizo la melodía.

   Y de repente, sin más, esa inspiración desaparece.
 
   Intento , en vano, forzar el mecanismo sin resultado. Me siento delante de la pantalla en blanco y tecleo realizando una llamada espiritual a la frecuencia, sin poder sintonizar ese dial que me dicta las palabras una tras otra. Imposible, forzado, irreal, falso. Lo destruyo.
 
   Entonces voy a Cádiz.
 
   Qué tendrá.
 
   Es tan sólo pasear por sus calles y oigo un leve chisporroteo, un susurro escondido tras el viento. Escucho el murmullo de las atolondrantes voces regresando con cada cañón que veo por las esquinas, al tomar cada una de las calles que te llevan al mar. Y esas descargas llegan a mi mente que lanza mensajes a mis manos, mis dedos que buscan teclados, bolígrafo y papel garabateado en una terraza, en otra...
 
   Qué tendrá, me pregunto.
 
   Y entonces surge de la nada esa música.
 
   Sintonizo la onda desaparecida.

   Y comienzo a escribir.



 
 
  

sábado, 12 de enero de 2013

Al otro lado













   Lleva sentándose en la misma banqueta los últimos quince años.
   O al menos, casi siempre.
 
   Le observo de cerca cada vez que se coloca al otro lado de la barra, con ese gesto de cansada lucidez, de una prematura madurez macerada por mil pesares en los estanques de la vida cotidiana, de ese interminable quehacer aliñado por el sutil y despiadado tic tac de un reloj que nada entiende de personas ni de bares.
 
   Día tras día le he visto crecer. Parece que fue ayer cuando llegó con apenas quince años y tomó su primera cerveza con los amigos; risas de nerviosa inocencia, emoción, aventura  atisbada en la comisura de labios veloces; vinos de celebraciones, copas de triunfo, tilas de consuelo y cafés de despertares al alba. Más tarde acompañado por féminas caderas, risotadas entre tapas, miradas que lo decían todo, palabras inteligentes y seductoras; así como dolores de corazón destrozado, de amores frustrados, intentando buscar soluciones irresolubles a pasiones canallas en el fondo de una botella.
 
   Desde que le observo hemos cruzado nuestras miradas en bastantes ocasiones, a veces manteniéndola durante unos segundos, como si quisiera encontrar en mí aspectos que no lograra hallar en sí mismo, buscándome otras, evitándome en la mayoría de sus visitas. Sin embargo, eso no me preocupa. Estoy convencido de que para él no hay nadie en todo el bar que le resulte más cercano, que le conozca mejor que yo, que le observe y analice con más detenimiento o le comprenda cuando el mundo no avanza por los raíles que deseara…
 
   Sé quién hubiera querido ser y no fue.                                                 
   Sí. Nadie más que yo conoce sus más bellos pensamientos y las más oscuras de las intenciones que hayan pasado por su imaginación; sus sueños más queridos y las más horribles pesadillas que le han despertado buscando consuelo en mitad de la noche; cuál es su voz más sincera y cuáles los secretos que algún día narró a un sol poniente.
   Y si les digo que sé perfectamente lo que pasa por su cabeza, es porque al otro lado de esa barra, el que se ha estado sentando enfrente durante los últimos quince años, soy yo.
   Y yo no soy más que un reflejo en el inmenso espejo que hay al otro lado de la barra.
 


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Diciembre. Mayas. Fin del mundo.




 
 
 





   Mi cuerpo se contorsionaba en el pequeño asiento del taxi que, a través de la lluvia, se adentraba en la península de Yucatán. Una lluvia torrencial recogida por los cenotes abriendo la piedra y la tierra, mostrando los vasos sanguíneos que discurrían bajo la superficie.
   Salimos muy temprano con el fin de evitar las masas de turistas que acudían a diario al complejo de Chichen Itza. Le estreché la mano al guía  particular que contratamos, presentándome, un maya bajito, cómo no, observando al fin, con la boca abierta el lugar por donde desciende la serpiente el día mágico del equinoccio, el efecto de luces y sombras del dios Kukulcán.
   Sin embargo, tras oír la espuesta del grito del quetzal en la cúspide de la pirámide, no pude por menos que interrogar al experto por las recientes teorías apocalípticas que atiborran estanterías de librerías, pantallas de cine y documentales sobre el fin de los tiempos.
 
   Tal como pueden ver en la foto, el observatorio astronómico que levantó la polémica. “Acaba un ciclo, una forma de concebir el mundo que nos rodea”, me dijo tras una difícil explicación matemática en la que computaba fechas… “Pero nada sobre meteoritos ni terremotos, así que tendrá que seguir pagando su hipoteca”.
   Reflexione, lector.
   Crisis y culpables. Situación insostenible que se hace más llevadera si una cultura ancestral la predijo. Causas sobrenaturales para la situación de crisis, como al final de la edad media con las brujas. Es más fácil.
   Curioso que se le haga tanto caso a unos cálculos grabados en la piedra y no se le de crédito a los sofisticados avances que la ciencia actual puede llegar a predecir. Curioso que estemos todos deseando ver cómo un meteorito resopla en el horizonte y se dirige hacia nosotros… Supongo que da morbo eso de las extinciones en masa, de una vuelta al principio; la prueba está en las series y películas sobre el fin de la humanidad.
   Quizás, después de todo, suceda que cada día estamos más convencidos de que algo estamos haciendo mal y no exista otro remedio que volver a empezar.
  
 


lunes, 26 de noviembre de 2012

Cincuenta sombras de Grey. Película Completa.

 
 
 
 
 
 
 
En efecto.

Cincuenta sombras de Grey.

¿Qué me dicen? ¿Lo han leído?

Es increíble cómo somos de previsibles. Cómo cada día los medios dan muestras de que seguimos actuando según los dictámenes que nuestra primitiva naturaleza nos dicta suave en el oído. ¿Por qué engañarnos? Nos gusta.

Sí. A todos.

Seguir los impulsos vetados por la sociedad y transgredir las leyes, saltar vallas, colarnos en el cine, robar siempre que se pueda, rebasar los limites de velocidad, copiar en un examen… Leer aquello que a veces imaginamos y que ahora se vende y se regala.

Fantástico.

Nos gusta violar las prohibiciones asequibles, aquellas que suponen una variación razonable de nuestra rutina y dejarnos seducir por el oscuro pasajero que todos y cada uno de nosotros llevamos en nuestro interior.

Supongo que el éxito de ese libro se debe a que es una ruptura con lo leído anteriormente, como si pudiéramos mirar por un agujerito la casa del vecino; o lo que es mejor, mirarnos a nosotros mismos.

Y si quieren ver, como dice el título, la película completa, vayan y mírense al espejo…

Ahí es donde deben comprar la entrada.

 







domingo, 7 de octubre de 2012

Metrus Gaditanus


 
 






   Paseaba hace unos días por el Paseo de Recoletos de Madrid entre los miles de libros de la Feria del libro antiguo y de ocasión, milagroso espectáculo con el que me encontré mientras rodaba unas escenas de mi cuarta novela.

   El peso de los libros se dejaba notar en la mochila a mi espalda, los trapecios cargados me pedían descanso tras dos horas y media de búsqueda y rescate de ejemplares respetables y asequibles. Di la vuelta hacia Cibeles y subí al metro Banco de España.

   Y ahí fue donde me surgió la idea: Metrus Gaditanus.

   Les cuento…

   A la primera parada, entre una maraña de personas cabizbajas que vuelven del trabajo a casa, de estudiantes con los ojos abatidos de letras y otros tantos turistas asidos a las barras ojo avizor de asientos libres, entre todos ellos, digo, entra un señor joven con altavoz y micrófono y comienza una penosa retahíla asfixiante que tiraba por los suelos cualquier idea de música o canción, sometiendo a los presentes a una tortura auditiva durante el tiempo que el susodicho creyó conveniente. Al segundo acto estuve seguro de que aquel chaval con más pinta de asesino a sueldo que de tenor debía ser al menos sordo, porque de haberse escuchado a sí mismo no creo que hubiera pasado la mano en busca de propina como lo hizo.

   ¿Insensible? ¿Yo?

   No.

   Soy el primero en ser solidario, pero con quien se lo merece; incluso aun no mereciéndolo, cuando se lo gana. Sin embargo ese señor además de ser egoísta era desagradable. Los rostros de los pasajeros debieron ser suficientes para comprender que nadie quiere escuchar canciones del este de Europa a toda ostia y sin gracia alguna… Cúrratelo un poco hombre de dios…

   Imaginé entonces un metro gaditano: Metrus Gaditanus, lo quise llamar.

   ¿Se lo imaginan?

   Subes tras una dura jornada, maldiciendo a tu jefe, harto de estudios o agobiado por los exámenes de la semana que viene y en ese momento sube alguien que te hace sonreír, que te cuenta como si estuvieras apoyado en la barra de un bar un par de chistes de esos que te hacen reír durante un par de días, con la gracia que lo puede hacer cualquier habitante del Barrio de la Viña, por ejemplo.

   Nada de música estridente. Nada de altavoces desagradables.

   Tan sólo una enorme sonrisa que se propaga por el vagón haciendo que te olvides de los problemas durante el trayecto. Risas y más risas que hacen sanar las heridas de la vida cotidiana.

    Metrus Gaditanus…

   ¿Se imaginan?

   Aquel día salí de la parada imaginando a un “Love” o un “Yuyu” allí en medio del vagón abriendo la boca…

   No le iba a hacer falta estirar la mano.

   Le iban a caer los euros a porrillos.