El
humor. El bueno.
Esa es sin duda la clave, la ruta, el rumbo
que buscar, la llave de la supervivencia.
Hace un tiempo tuve el honor de compartir
relato con Fernando Iwasaki. Un relato en clave de humor. Qué difícil es hacer
reír, convertir esos inevitables baches de la vida cotidiana en simples
episodios de humor, como si no fuéramos más que títeres en mitad de un patio de
butacas repleta de niños que rezumasen inocencia.
Siempre es más fácil alterarnos, vaciar de
insultos el saco de los insultos acumulados, desahogarnos con lo que tengamos a
mano. Gritos, ceños fruncidos, miradas de odio, de ira…
Y entonces, un día cualquiera, surge de
nosotros, de nuestros adentros, ese personaje, ese payaso lúcido que se cala la
nariz de gomaespuma y sonríe consciente de lo poco que vale la pena un
disgusto, convenciéndonos a medida que observamos los surcos crecer en torno a
los ojos, de que en este instante perdido en mitad del insondable cosmos, no
hay cosa más importante que sonreír y recordar esas sonrisas.
Fernando Iwasaki insistía en lo importante
de este género en la literatura.
Y hoy, paseando y observando a la gente me
he dado cuenta de lo fácil que es sonreír. De lo poco que cuesta. De lo mucho
que vale… La clave, quizás, para sobrevivir en un mundo de tentaciones, un
rumbo efectivo para no perdernos en este mar de corrientes movidas por la
ambición, el egoísmo y la ira.
Sonrisas
gratis.
Y humor… Mucho.
Pero del bueno.
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