lunes, 9 de mayo de 2011

La niña que llevaba un libro en el bolso



"Los zapatos plateados - dijo la bruja buena - tienen poderes maravillosos"

El mago de Oz


L. Frank Baum




Lleva siempre un libro en el bolso, o al menos, casi siempre.

Una de tantas coordenadas que, sin ella saberlo, van a ir condicionando la persona que lleva dentro, el ser humano que llegará a ser.


En efecto, cada una de esas páginas va a formar parte de las líneas de sombra que tendrá que cruzar, de las diferentes pruebas, exámenes, decisiones, contratiempos y millones de mares por los que tendrá que surcar.


En los tiempos que corren es difícil ver que un niño porta un libro; es más “normal” verlos absortos en videoconsolas portátiles o en los portales de nuevas redes sociales, opinando sobre gente que se parapeta tras un perfil quizás cierto, quizás no. Y es que cada vez nos alejamos más de nuestra condición natural para vernos reflejados en absurdos y etéreos avatares que nada tienen que ver con la realidad que nos circunda. Perdemos la capacidad de quedar fascinados por un amanecer o atardecer, acostumbrados a observar supuestos prodigios visuales en las pantallas de nuestros aparatos, a dejarnos seducir por las palabras de un libro clásico, porque la verborrea fácil y vulgar se adueña de las masas en todos los niveles de la sociedad, algo que está llegando a verse “normal” en los medios.



–“Hola, soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, disponte a morir… “

Y ante todo este caos, independencia, valentía… Carácter.

Ojo, no me confundan carácter con mal humor… “Conjunto de cualidades o circunstancias propias de una cosa, de una persona o de una colectividad, que las distingue, por su modo de ser u obrar, de las demás.” Así lo define la RAE y a eso es a lo que me refiero… Que las distingue de las demás. Alguien que a corta edad ya es capaz de salir de entre una turba de adultos sin cortarse un pelo a leer delante de un público sin que le tiemble la voz, o a tener la imaginación necesaria para inventar historias, a despuntar en el deporte o a hacer que a alguien se le salten las lágrimas al ver gestos de solidaridad que nosotros jamás fuimos capaces de realizar.


–“Hola, soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, disponte a morir…”


Y uno ve en esos detalles que quizás lleve impresa esa carga genética necesaria para formar parte de una humanidad en la que aún podamos creer, que lleva implícita en sus acciones la esperanza ansiada, de que no está todo perdido, que aún hay posibilidad de seguir navegando cuando el temporal ha destrozado la arboladura del navío y ya no sabemos hacia dónde orientar el poco velamen que nos queda.


Por eso animo a esa niña que lleva un libro en su bolso, que estudia y ve más allá de las letras y los números, que sin saberlo está conduciendo el barco a buen puerto, mucho mejor de lo que lo harían miles de adultos, observando atardeceres cuyo tejido ancestral remienda el posible daño que haya ejercido sobre ella el temporal de la realidad.


Hace poco la vi subir a un atril.


Y con la cabeza alta y sin atisbo alguno de azoramiento, entonó una cita de su libro preferido…


–“Hola, soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, disponte a morir…”





                 A Virginia.