domingo, 7 de octubre de 2012

Metrus Gaditanus


 
 






   Paseaba hace unos días por el Paseo de Recoletos de Madrid entre los miles de libros de la Feria del libro antiguo y de ocasión, milagroso espectáculo con el que me encontré mientras rodaba unas escenas de mi cuarta novela.

   El peso de los libros se dejaba notar en la mochila a mi espalda, los trapecios cargados me pedían descanso tras dos horas y media de búsqueda y rescate de ejemplares respetables y asequibles. Di la vuelta hacia Cibeles y subí al metro Banco de España.

   Y ahí fue donde me surgió la idea: Metrus Gaditanus.

   Les cuento…

   A la primera parada, entre una maraña de personas cabizbajas que vuelven del trabajo a casa, de estudiantes con los ojos abatidos de letras y otros tantos turistas asidos a las barras ojo avizor de asientos libres, entre todos ellos, digo, entra un señor joven con altavoz y micrófono y comienza una penosa retahíla asfixiante que tiraba por los suelos cualquier idea de música o canción, sometiendo a los presentes a una tortura auditiva durante el tiempo que el susodicho creyó conveniente. Al segundo acto estuve seguro de que aquel chaval con más pinta de asesino a sueldo que de tenor debía ser al menos sordo, porque de haberse escuchado a sí mismo no creo que hubiera pasado la mano en busca de propina como lo hizo.

   ¿Insensible? ¿Yo?

   No.

   Soy el primero en ser solidario, pero con quien se lo merece; incluso aun no mereciéndolo, cuando se lo gana. Sin embargo ese señor además de ser egoísta era desagradable. Los rostros de los pasajeros debieron ser suficientes para comprender que nadie quiere escuchar canciones del este de Europa a toda ostia y sin gracia alguna… Cúrratelo un poco hombre de dios…

   Imaginé entonces un metro gaditano: Metrus Gaditanus, lo quise llamar.

   ¿Se lo imaginan?

   Subes tras una dura jornada, maldiciendo a tu jefe, harto de estudios o agobiado por los exámenes de la semana que viene y en ese momento sube alguien que te hace sonreír, que te cuenta como si estuvieras apoyado en la barra de un bar un par de chistes de esos que te hacen reír durante un par de días, con la gracia que lo puede hacer cualquier habitante del Barrio de la Viña, por ejemplo.

   Nada de música estridente. Nada de altavoces desagradables.

   Tan sólo una enorme sonrisa que se propaga por el vagón haciendo que te olvides de los problemas durante el trayecto. Risas y más risas que hacen sanar las heridas de la vida cotidiana.

    Metrus Gaditanus…

   ¿Se imaginan?

   Aquel día salí de la parada imaginando a un “Love” o un “Yuyu” allí en medio del vagón abriendo la boca…

   No le iba a hacer falta estirar la mano.

   Le iban a caer los euros a porrillos.

 

3 comentarios:

Ana Belén dijo...

Un poco del arte gaditano en cada rincón del planeta siempre vendría bien :)

Anónimo dijo...

uno de la viña prefiere los porrillos a euro que los euros a porrillos jeje. Un saludo, se espera con entusiasmo tu próxima entrega novelesca,

Brigadier Sánchez dijo...

.. o que vengan aquí y aprendan.