jueves, 5 de diciembre de 2013

Animal











"En una época ávida por experimentar estados de conciencia
alterados, fuera de lo corriente, tendemos a pasar por alto
hasta qué punto nuestro estado mental ordinario es ya una
conciencia profundamente mistificada; una conciencia aislada de un modo sorprendente de los hechos prácticos de la vida".
 
Vacas, cerdos, guerras y brujas.
 
Marvin Harris.
 






   Animal.
 
   Así se llama ese instinto. Animal.
 
   Desde que nacemos estamos alejándonos de él, despegándonos de ese hilo que nos une con una naturaleza a la que rechazamos, de la que nos cuesta creer que formemos parte íntima.
 
   Crecemos adaptándonos a una socialización escogida, quedando esa herencia en un estado latente que subyace a las acciones cotidianas sin que nos percatemos, cambiándoles el nombre para engañar así nuestra soberbia humana.
 
   Buscamos oficios en los que no intervenga el esfuerzo físico para un organismo que la naturaleza seleccionó gracias a su adaptabilidad para buscar, cazar y recolectar alimentos durante todo el día. Y esa carencia de trabajo muscular, es exigida por nuestro cerebro; por eso pagamos un gimnasio que supla esa necesidad negada.
 
   Por eso, supongo, nos gusta practicar de vez en cuando deportes de "riesgo", y soltar esa adrenalina que podríamos segregar al acechar una presa para la cena.
 
   Por eso nos gusta el cine de acción, y de guerra.
 
   Por eso, de forma quizás algo más inquietante, nos sintamos a veces identificados con personajes de cine o literatura que hacen de superhéroes, de justicieros o incluso de asesinos.
 
   ¿Qué se esconde bajo esta apariencia humana?
 
   Para saberlo, piense cuántos instintos disfraza.
 
  Quizás pueda llegar a sospechar qué animal, qué instinto lleva agazapado dentro de usted...
 
 
 
 
 
 
 


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Iwasaki y el humor




 
 
 
 
 
     El humor. El bueno.
   Esa es sin duda la clave, la ruta, el rumbo que buscar, la llave de la supervivencia.
   Hace un tiempo tuve el honor de compartir relato con Fernando Iwasaki. Un relato en clave de humor. Qué difícil es hacer reír, convertir esos inevitables baches de la vida cotidiana en simples episodios de humor, como si no fuéramos más que títeres en mitad de un patio de butacas repleta de niños que rezumasen inocencia.
   Siempre es más fácil alterarnos, vaciar de insultos el saco de los insultos acumulados, desahogarnos con lo que tengamos a mano. Gritos, ceños fruncidos, miradas de odio, de ira…
   Y entonces, un día cualquiera, surge de nosotros, de nuestros adentros, ese personaje, ese payaso lúcido que se cala la nariz de gomaespuma y sonríe consciente de lo poco que vale la pena un disgusto, convenciéndonos a medida que observamos los surcos crecer en torno a los ojos, de que en este instante perdido en mitad del insondable cosmos, no hay cosa más importante que sonreír y recordar esas sonrisas.
   Fernando Iwasaki insistía en lo importante de este género en la literatura.
   Y hoy, paseando y observando a la gente me he dado cuenta de lo fácil que es sonreír. De lo poco que cuesta. De lo mucho que vale… La clave, quizás, para sobrevivir en un mundo de tentaciones, un rumbo efectivo para no perdernos en este mar de corrientes movidas por la ambición, el egoísmo y la ira.
   Sonrisas gratis.
   Y humor… Mucho. Pero del bueno.
 
 
 


viernes, 23 de agosto de 2013

To leer or not to leer?








   The question...

   No hace mucho leí un artículo que me hizo pensar, ejercicio tan sano en cortas dosis como perjudicial a grandes sorbos. En él se afirmaba que las personas asiduas a la lectura de novelas son más infelices que quienes no leen este género de la literatura. La causa estriba en que, al abstraer durante la lectura se realiza una fascinante asimilación imaginaria de la vida de los personajes. Y claro, de tanto leer e identificarse con ellos para comprenderlos, el lector acaba desarrollando un gran sentido de la empatía con los demás, es decir, con el mundo real, sintiendo de forma más personal e interna los problemas ajenos.
 
   ¿Qué les parece?
   A mí me aterra.
   Los que leemos somos, ¿más sensibles y menos felices?
   ¿Dejo de leer?
 
   No sé cuánta verdad hay detrás, pero desde que me enteré de esto cierto sentimiento de culpabilidad acude a mi instinto cuando abro las páginas de una nueva novela e intento comprender  la vida de sus personajes, como si cayese en una sugerente y mullida tela de araña, esperando a que llegue la maldita zancuda a envolverme en su hilo de pesares, inmóvil ante un camino que yo mismo proyecté. Maldita sea.
 
   To leer or not to leer?
 
   Y se me ocurre otra aún más aterradora.
 
   To escribir or not to escribir...?
 
 
 
 



jueves, 13 de junio de 2013

El Libro del Mundo






 
   Y era tanta la cultura de la que disponían y tan fácil el acceso a ella, que por eso la despreciaron.
 
   Y en un intento por analizar lo que ocurría, los grandes sabios del planeta se reunieron en la Isla Secreta de la Razón. De distintas disciplinas y culturas eran sus componentes, que sentados alrededor de una fogata bajo un manto de estrellas, culminaban una interesante conversación.
 
   - ¿Qué hacer cuando lo dado no se mantiene por puro rechazo? - dijo el más anciano, apesadumbrado su rostro de mil soles, curtida su piel que era la piel del tiempo.
 
    - Negarlo - afirmó alguien con rotundidad.
 
    - Borrarlo todo del mapa, dejarlos ciegos. Que se apañen sin el saber, que lo busquen, que lo ansíen, que lo deseen - sentenció otro sabio sin piedad.
 
   El anciano atizó un tronco crepitante que chispeó como una nebulosa imprecisa en mitad de la oscuridad. Luego sonrió cansado y tomó con sus manos el Libro del Mundo, sosteniéndolo sobre las llamas, dejándolo caer, impasible ante el legado que se retorcía en el fuego.
 
   - Es hora de empezar de nuevo - dijo al fin.
  
   Los allí presentes observaron pensativos la arena de la playa, sintieron la brisa fresca del mar, el sonido de la orilla anillada.
 
   También percibieron la angustia de unos pocos humanos que allende el mar veían asombrados cómo sus libros desaparecían de sus estantes y bibliotecas, ardiendo de forma enigmática.
  
   Otros muchos, millones de ellos, ni tan siquiera lo supieron hasta varios años después.
 
  
 
  

lunes, 20 de mayo de 2013

Londres a tu manera





 





   Esto es lo que le hace a uno reconciliarse con el decadente alrededor.
 
 
   Que haya personas que me ofrezcan cultura de verdad.
 
   Y no sólo aquí, sino más allá de nuestras fronteras.
 
   Personas que aman las ciudades, que ven a las personas más allá de los simples cánones de la venta. Personas que disfrutan con cada palabra que escuchan, que aprenden, que leen y estudian de forma insaciable para luego convertirla en ilustradas lecciones de viaje.
 
    A pocas personas he conocido con este entusiasmo.
 
   Se llama Rubén, es gaditano, y además de ser un viajero incansable, acaba de estrenar su empresa en pleno Londres, ciudad en la que vive desde hace años y que es capaz de enseñarte como nadie, sin que se escapen los detalles, con una cercanía que roza la fraternidad, con ese espléndido saber estar que tanto se echa de menos en estos tiempos que corren. Y es que cuando una persona siente pasión por lo que hace, se nota... Eso se transmite. 

  Gracias a él he estado en lugares de Londres que jamás hubiera imaginado que existieran, ya que ni en la más ilustrada guía en español se puede reflejar lo que varios años de vivencias e investigaciones en la ciudad pueden llegar a producir.

   Imágenes que se quedan en la retina. Historias que te hacen soñar como cuando eras un niño, otras que te abren los ojos a la realidad; escenarios históricos, enigmas escondidos entre la niebla con rutas en las que se llega a sentir cierto viaje a otro tiempo, el tiempo al que te conducen las palabras de estos guías.

   Sin más, invitarles a que les conozcan.

   Tengan por seguro que no olvidarán la experiencia.

   Aquí os dejo el enlace de la página:

   http://www.londresatumanera.com/#


   Y el de YouTube:

   https://www.youtube.com/channel/UCLHg6OLXDQF4MWn_BcZGeww

  
 
 
 
 


jueves, 18 de abril de 2013

Tercera Ruta Fernando Quiñones



 
 
 
 
 
   "Ni me mires tanto ni te de por seguir mis pasos, que a nadie le fue bien nunca el querer ser quien no es, y acuérdate de que mi vivir ha sido como las de oleada de mucha cresta, prisa y estruendo, que acaba como las otras, y todo luego se hace espuma y nada."
 
 
 
Fernando Quiñones
 
 
La canción del pirata
 
 
 
 
   Qué bien se estaba allí.
 
   Rodeados de buena gente, admiradores, amigos y familiares de Fernando Quiñones, recorriendo por Cádiz senderos que se abrían con palabras y recitales, que se iluminaban con voces flamencas que tronaban por las callejuelas y provocaban ecos invocando quejidos ancestrales.
 
   Qué limpio el cielo.
   Qué luz más potente por las plazas que atraían miradas y oídos donde las anécdotas tomaban hálito de vida, rememorando uno de los grandes.
 
   No se me ocurre, como he mencionado en otras ocasiones, escenario mejor y más bello para homenajear a alguien; pero si además hablamos de este hombre, de lo que fue, de lo que significa y lo que significará para el futuro de generaciones, entonces, el evento crece. Qué honor más grande Fernando Quiñones. Cuánto me ha enseñado este hombre sin conocerlo personalmente, acudiendo a mí gracias a la magia de literatura, su literatura, desde donde me guiña un ojo cuando necesito leer sus páginas llenas de frases que desprenden borbotones de lucidez.
 
   Qué bueno rodearse de buena gente en el Pay-Pay, por la Plaza de Mina, en la Alameda, en la emotiva playa de La Caleta que tan limpia le gustaba ver, en cuya puerta permanece inmortal...
 
   Gracias a todo aquel que prefiere un libro a una televisión.
   Gracias a todo aquel que resume en un cante mil palabras.
   Gracias al que se asoma a la vida con los ojos de la sencillez y la humildad.
   Gracias a todo aquel que da valor a lo suyo, a su tierra y sus costumbres, sin avergonzarse, alzándolo a lo más alto.
 
   Gracias, Fernando Quiñones, por tu grandísima obra.

 
 
 
 






martes, 5 de marzo de 2013

Qué tendrá




 
 
 





    Hace unos días que ando despistado.
 
   Mis musas fueron a Tarifa y se las llevó el levante, o algo así.
 
   Estoy profundamente inmerso en la tercera parte de mi novela, visitando lugares, ampliando documentación, imaginando conversaciones, apuntando expresiones, olores... Todo aquello que pueda hacer más real el mundo que imagino, ese que me hace vivir otras realidades cada vez que sintonizo la melodía.

   Y de repente, sin más, esa inspiración desaparece.
 
   Intento , en vano, forzar el mecanismo sin resultado. Me siento delante de la pantalla en blanco y tecleo realizando una llamada espiritual a la frecuencia, sin poder sintonizar ese dial que me dicta las palabras una tras otra. Imposible, forzado, irreal, falso. Lo destruyo.
 
   Entonces voy a Cádiz.
 
   Qué tendrá.
 
   Es tan sólo pasear por sus calles y oigo un leve chisporroteo, un susurro escondido tras el viento. Escucho el murmullo de las atolondrantes voces regresando con cada cañón que veo por las esquinas, al tomar cada una de las calles que te llevan al mar. Y esas descargas llegan a mi mente que lanza mensajes a mis manos, mis dedos que buscan teclados, bolígrafo y papel garabateado en una terraza, en otra...
 
   Qué tendrá, me pregunto.
 
   Y entonces surge de la nada esa música.
 
   Sintonizo la onda desaparecida.

   Y comienzo a escribir.



 
 
  

sábado, 12 de enero de 2013

Al otro lado













   Lleva sentándose en la misma banqueta los últimos quince años.
   O al menos, casi siempre.
 
   Le observo de cerca cada vez que se coloca al otro lado de la barra, con ese gesto de cansada lucidez, de una prematura madurez macerada por mil pesares en los estanques de la vida cotidiana, de ese interminable quehacer aliñado por el sutil y despiadado tic tac de un reloj que nada entiende de personas ni de bares.
 
   Día tras día le he visto crecer. Parece que fue ayer cuando llegó con apenas quince años y tomó su primera cerveza con los amigos; risas de nerviosa inocencia, emoción, aventura  atisbada en la comisura de labios veloces; vinos de celebraciones, copas de triunfo, tilas de consuelo y cafés de despertares al alba. Más tarde acompañado por féminas caderas, risotadas entre tapas, miradas que lo decían todo, palabras inteligentes y seductoras; así como dolores de corazón destrozado, de amores frustrados, intentando buscar soluciones irresolubles a pasiones canallas en el fondo de una botella.
 
   Desde que le observo hemos cruzado nuestras miradas en bastantes ocasiones, a veces manteniéndola durante unos segundos, como si quisiera encontrar en mí aspectos que no lograra hallar en sí mismo, buscándome otras, evitándome en la mayoría de sus visitas. Sin embargo, eso no me preocupa. Estoy convencido de que para él no hay nadie en todo el bar que le resulte más cercano, que le conozca mejor que yo, que le observe y analice con más detenimiento o le comprenda cuando el mundo no avanza por los raíles que deseara…
 
   Sé quién hubiera querido ser y no fue.                                                 
   Sí. Nadie más que yo conoce sus más bellos pensamientos y las más oscuras de las intenciones que hayan pasado por su imaginación; sus sueños más queridos y las más horribles pesadillas que le han despertado buscando consuelo en mitad de la noche; cuál es su voz más sincera y cuáles los secretos que algún día narró a un sol poniente.
   Y si les digo que sé perfectamente lo que pasa por su cabeza, es porque al otro lado de esa barra, el que se ha estado sentando enfrente durante los últimos quince años, soy yo.
   Y yo no soy más que un reflejo en el inmenso espejo que hay al otro lado de la barra.