miércoles, 12 de diciembre de 2012

Diciembre. Mayas. Fin del mundo.




 
 
 





   Mi cuerpo se contorsionaba en el pequeño asiento del taxi que, a través de la lluvia, se adentraba en la península de Yucatán. Una lluvia torrencial recogida por los cenotes abriendo la piedra y la tierra, mostrando los vasos sanguíneos que discurrían bajo la superficie.
   Salimos muy temprano con el fin de evitar las masas de turistas que acudían a diario al complejo de Chichen Itza. Le estreché la mano al guía  particular que contratamos, presentándome, un maya bajito, cómo no, observando al fin, con la boca abierta el lugar por donde desciende la serpiente el día mágico del equinoccio, el efecto de luces y sombras del dios Kukulcán.
   Sin embargo, tras oír la espuesta del grito del quetzal en la cúspide de la pirámide, no pude por menos que interrogar al experto por las recientes teorías apocalípticas que atiborran estanterías de librerías, pantallas de cine y documentales sobre el fin de los tiempos.
 
   Tal como pueden ver en la foto, el observatorio astronómico que levantó la polémica. “Acaba un ciclo, una forma de concebir el mundo que nos rodea”, me dijo tras una difícil explicación matemática en la que computaba fechas… “Pero nada sobre meteoritos ni terremotos, así que tendrá que seguir pagando su hipoteca”.
   Reflexione, lector.
   Crisis y culpables. Situación insostenible que se hace más llevadera si una cultura ancestral la predijo. Causas sobrenaturales para la situación de crisis, como al final de la edad media con las brujas. Es más fácil.
   Curioso que se le haga tanto caso a unos cálculos grabados en la piedra y no se le de crédito a los sofisticados avances que la ciencia actual puede llegar a predecir. Curioso que estemos todos deseando ver cómo un meteorito resopla en el horizonte y se dirige hacia nosotros… Supongo que da morbo eso de las extinciones en masa, de una vuelta al principio; la prueba está en las series y películas sobre el fin de la humanidad.
   Quizás, después de todo, suceda que cada día estamos más convencidos de que algo estamos haciendo mal y no exista otro remedio que volver a empezar.
  
 


lunes, 26 de noviembre de 2012

Cincuenta sombras de Grey. Película Completa.

 
 
 
 
 
 
 
En efecto.

Cincuenta sombras de Grey.

¿Qué me dicen? ¿Lo han leído?

Es increíble cómo somos de previsibles. Cómo cada día los medios dan muestras de que seguimos actuando según los dictámenes que nuestra primitiva naturaleza nos dicta suave en el oído. ¿Por qué engañarnos? Nos gusta.

Sí. A todos.

Seguir los impulsos vetados por la sociedad y transgredir las leyes, saltar vallas, colarnos en el cine, robar siempre que se pueda, rebasar los limites de velocidad, copiar en un examen… Leer aquello que a veces imaginamos y que ahora se vende y se regala.

Fantástico.

Nos gusta violar las prohibiciones asequibles, aquellas que suponen una variación razonable de nuestra rutina y dejarnos seducir por el oscuro pasajero que todos y cada uno de nosotros llevamos en nuestro interior.

Supongo que el éxito de ese libro se debe a que es una ruptura con lo leído anteriormente, como si pudiéramos mirar por un agujerito la casa del vecino; o lo que es mejor, mirarnos a nosotros mismos.

Y si quieren ver, como dice el título, la película completa, vayan y mírense al espejo…

Ahí es donde deben comprar la entrada.

 







domingo, 7 de octubre de 2012

Metrus Gaditanus


 
 






   Paseaba hace unos días por el Paseo de Recoletos de Madrid entre los miles de libros de la Feria del libro antiguo y de ocasión, milagroso espectáculo con el que me encontré mientras rodaba unas escenas de mi cuarta novela.

   El peso de los libros se dejaba notar en la mochila a mi espalda, los trapecios cargados me pedían descanso tras dos horas y media de búsqueda y rescate de ejemplares respetables y asequibles. Di la vuelta hacia Cibeles y subí al metro Banco de España.

   Y ahí fue donde me surgió la idea: Metrus Gaditanus.

   Les cuento…

   A la primera parada, entre una maraña de personas cabizbajas que vuelven del trabajo a casa, de estudiantes con los ojos abatidos de letras y otros tantos turistas asidos a las barras ojo avizor de asientos libres, entre todos ellos, digo, entra un señor joven con altavoz y micrófono y comienza una penosa retahíla asfixiante que tiraba por los suelos cualquier idea de música o canción, sometiendo a los presentes a una tortura auditiva durante el tiempo que el susodicho creyó conveniente. Al segundo acto estuve seguro de que aquel chaval con más pinta de asesino a sueldo que de tenor debía ser al menos sordo, porque de haberse escuchado a sí mismo no creo que hubiera pasado la mano en busca de propina como lo hizo.

   ¿Insensible? ¿Yo?

   No.

   Soy el primero en ser solidario, pero con quien se lo merece; incluso aun no mereciéndolo, cuando se lo gana. Sin embargo ese señor además de ser egoísta era desagradable. Los rostros de los pasajeros debieron ser suficientes para comprender que nadie quiere escuchar canciones del este de Europa a toda ostia y sin gracia alguna… Cúrratelo un poco hombre de dios…

   Imaginé entonces un metro gaditano: Metrus Gaditanus, lo quise llamar.

   ¿Se lo imaginan?

   Subes tras una dura jornada, maldiciendo a tu jefe, harto de estudios o agobiado por los exámenes de la semana que viene y en ese momento sube alguien que te hace sonreír, que te cuenta como si estuvieras apoyado en la barra de un bar un par de chistes de esos que te hacen reír durante un par de días, con la gracia que lo puede hacer cualquier habitante del Barrio de la Viña, por ejemplo.

   Nada de música estridente. Nada de altavoces desagradables.

   Tan sólo una enorme sonrisa que se propaga por el vagón haciendo que te olvides de los problemas durante el trayecto. Risas y más risas que hacen sanar las heridas de la vida cotidiana.

    Metrus Gaditanus…

   ¿Se imaginan?

   Aquel día salí de la parada imaginando a un “Love” o un “Yuyu” allí en medio del vagón abriendo la boca…

   No le iba a hacer falta estirar la mano.

   Le iban a caer los euros a porrillos.

 

martes, 21 de agosto de 2012

Mesón Gallego A Boliña






    Escribo este artículo en la mesa de un bar.
   No uno cualquiera.
   Hay bares… Y bares.
   Todos hemos ido a tomar un piscolabis a lugares en donde te sientas, te ponen sus alimentos, te levantas y te vas. Punto. Terrazas que no son más que barras, mesas, sillas y gente que va y viene.
   Sin embargo, más allá de la simple y llana apariencia de un bar, existen razones por las que ciertos lugares gozan de un ambiente especial que te invita a volver.
   Y es que hay bares en los que se atienden a las personas, y otros que, además, tienen personalidad, como en el Mesón Gallego “A Boliña” en Conil, donde la complicidad y sonrisa ancha de su dueño te seduce tanto como sus platos. Y qué platos… Qué pulpo… Qué almejas en salsa…
   Ni que decir tengo que soy asiduo de este Mesón enclavado en un pueblo que rezuma leyendas e historia, que tiende sus blancas casas al mar como si de un brochazo de espuma salada se tratara.
   Ahora tengo de dejarles. Las luces del Mesón acaban de apagarse de repente y una llamarada surge de la oscuridad. La queimada empieza a quemarse al son de las palabras del brujo…
   Vengan a verlo.
   Abajo les dejo el enlace de su página. Estoy seguro de que sus sentidos se lo agradecerán tanto como su paladar.







martes, 26 de junio de 2012

Bar Olimpo





  –Hombre, Perseo, qué alegría verte por aquí… Camarero, pon dos jarras de cerveza cuando puedas.

  –¡Ulises, fecundo en recursos, qué tal!, pues nada, aquí, harto que vengo de aguantar a Andrómeda, no sé para qué me desharía de la cabeza de Gorgona, la podría haber convertido en…

  –Ja, ja, ja… ¿qué le pasa? O mejor dicho, ¿qué le has hecho?, que te conozco.

  –Nada… Que he utilizado más de la cuenta el Casco de Hades para salir de casa sin que me viera y lleva medio siglo sin hablarme… Que ahora que caigo, no veas cómo pasa el tiempo, ¿no? Parece que fue ayer cuando ocurrió. ¿Y qué me dices de ti? ¿Qué tal por Ítaca?

  –Ni me hables, hasta el gorro de impuestos. Más me hubiera valido quedarme vagando en el anchuroso ponto. Por eso he venido al Olimpo, a rogar que me aplacen unos pagos. Y para colmo aún no he terminado con los juicios por el tema de los pretendientes.

  –¡Qué barbaridad!... Yo pensaba que ya había salido la sentencia. ¿No alegaste defensa propia?

  –Sí, pero los familiares alzaron recurso a Zeus y ya me ves… Hasta arriba, quizá tenga que pagar algunas indemnizaciones. Penélope no da abasto con el telar, menos mal que la pobre es apañada y saca algo para el gasto.

  –¿Y el niño?

  –¿Telémaco?, en el paro, por supuesto. El otro día vino aquí al lado a sellar el carné.

  –Bueno, dejémonos de penurias, este momento no nos lo quita nadie, bebiendo una cerveza fría en esta barra, como en los viejos tiempos. Camarero, pon otras dos…

  –Deja, deja, que luego me mareo y…

  –Anda, anda, déjate de excusas, que nos vemos cada cien o doscientos años, joder… Esto se merece un brindis, ¿no?

  –Ulises, Ulises… ¿Quieres que te recuerde dónde acabaste la última vez que empinaste el codo?

  –Oye, que lo del desvío hasta la Isla de Calipso fue por el viento.

  –Sí, sí… por el viento… No sé cuántos bueyes le darías a Homero para que escribiera eso, pero tú y yo sabemos que aquellos pellejos de vino en la cóncava nave festejando el triunfo de la guerra no traerían nada bueno. Aunque no sé si sería más un placer que una desgracia… Aquellos siete años junto a la ninfa debieron ser de órdago, ¿no?

  –Que quieres que te diga, de todo se cansa uno… Anda, levanta esa jarra y brindemos por nosotros y por nuestra amistad.

  –Eso está bien. Por cierto, mira quien viene por ahí con el bastón.

  –¡Aquiles! Cuanto tiempo hombre, pero… ¿aún sigues liado con el talón?

  –Y lo que me queda, vengo de la consulta de Esculapio y me ha dicho que guarde reposo un par de centurias  más, que la infección fue muy grande.

  –Pues lo mejor para eso es una cerveza fría, ¿no? Camarero, pon tres jarras… Vaya, qué bueno encontraros en esta barra...


viernes, 27 de abril de 2012

Una X marca el lugar



   Disculpen, seguidores, si he tardado más de lo habitual en colgar un nuevo artículo. He estado terminando la segunda parte de una trilogía en la que me he sumergido con entusiasmo, intentando disfrutar cada golpe de tecla, que a fin de cuentas es de lo que se trata. Ya tengo listos los borradores de los dos primeros libros, dos partos más o menos. El tercero lo dejo para el próximo otoño.
   Y es que el virus de la imaginación no tiene control.
   Es el mejor escudo ante la maldad al que pueden asirse, presentando frente a la batalla del horror, de la soledad o de las miles de trampas que uno puede encontrar en esta jungla. Ya lo decía en un artículo anterior. La sensación de crear un mundo paralelo al que vivimos, aunque sólo sea dentro de nuestros cerebros, es fascinante, única, un fenómeno al que sacarle partido. No paro de conocerme a mí mismo al ver las reacciones de los personajes que toman vida, que reclaman su espacio filtrándose por mis poros, de rodar escenas como si estuviera viviendo dentro y alrededor de mí los fotogramas de una película que se está rodando en secreto y que algún día compartiré con el mundo que me rodea.
   Y es que hay lugares que invitan a ello, a soñar, como la de la foto de arriba, Venecia, en la que el vello se me erizó al ver la Iglesia de San Barnaba.  Justo allí dentro había una biblioteca enorme, y una X marcaba el lugar de entrada a unas galerías subterráneas cuando Indiana Jones buscaba a su padre desaparecido junto a una rubia malvada en su Última Cruzada, ¿lo recuerdan?
   Escenas que te llevan a otro lugar, cuando uno era niño y creía que la vida podía parecerse a una de aquellas películas o libros de aventura.
   Al crecer la mente se hizo mi aliada, y no dejó que la maldad y el horror de un mundo gobernado por el caos superase las murallas de la imaginación y los sueños.
   Por eso escribo sacando el espíritu aventurero de la niñez.
   Por eso cuando viajo me gusta ir acompañado de los personajes que creo,  que me susurran al oído el lugar donde se ocultan, mostrándome que siempre, sea donde sea, habrá una X que marque el lugar donde dejar los problemas y llamar a primera fila a la caballería de la imaginación.

lunes, 27 de febrero de 2012

Qué hubiera sido...




“Al despuntar el día, cuando te despiertas perezosamente, ten presente esto: Para una obra de hombre me despierto. ¿Es que todavía estoy de mal humor si me encamino a hacer aquello por lo que he nacido y gracias a lo cual he sido traído al mundo? ¿O es que he sido constituido para permanecer calentito, tendido bajo a cobija?”
Meditaciones
Marco Aurelio (121-180 dC)

   Qué hubiera sido de ellos, de nosotros…
   Piénsenlo, porque todos y cada uno de nosotros, de ustedes, lectores, forman parte de este todo.
   La rabia por la injusticia, la intolerancia de muchos y la bondad de pocos, la prepotencia de casi todos y la generosidad de una pequeña parte del hormiguero que ven a su alrededor. La difícil situación actual que atravesamos, la dura tempestad del trabajo… Son muchas las razones que imagino pasarán por su cabeza cuando se despiertan por la mañana, quizás de madrugada, y sienten deseos de huir a una isla lejana donde plantar mejores semillas de una sociedad más solidaria y cabal, con menos puñaladas y más manos tendidas. Sin embargo, somos hombres y mujeres que nos debemos precisamente a ello, a nuestra condición, a nuestro rol en el engranaje de cada día.
    Qué haría un reloj sin su cuerda…
   Imaginen, cuando el desánimo aparezca, cuando se sientan cansados de luchar y tentados a abandonar el frente de batalla, en qué habría sido de Ulises si hubiera dejado de luchar en el mar, de creer en sí mismo… A los dioses tenía en su contra, y aun así se construyó una balsa y con dos cojones regresó a su casa.
   Qué hubiera sido de Perseo si hubiera dado por perdida la idea de cortarle la cabeza a una Gorgona… Allí fue el amigo, buscándose las papas con el casco de Hades y la espada de Hermes, y ahí que lo vemos levantando la cabeza de la Medusa, orgulloso tras el trabajo realizado con valor y tesón…
   Qué hubiera sido de todos nosotros si cada vez que hemos tenido que luchar hubiéramos dado por perdida la batalla, abandonando las armas de las que disponemos, si hubiéramos hecho caso a las palabras de los miles de ladrones de energía y moral con los que topamos cada día dando por válidas sus envenenadas aseveraciones. Quiénes son ellos para salir en primera plana y opinar, quiénes se creen para decirnos de lo que somos capaces…
   No señores, ¡no!
   A nuestras batallas, como nuestros héroes, con dos cojones.
    Y cuando nos quieran hacer creer que es imposible, con más ganas…
   Ya les enseñaremos a todos aquellos pesimistas que niegan nuestras capacidades y virtudes, la balsa que nos construimos con nuestras propias manos para alcanzar nuestra patria, sea la que sea, o la cabeza cortada de la Gorgona que nos quiso convertir en piedra.
   Entonces miraremos a nuestro alrededor, nos alzaremos en el campo de batalla, llámese éste como se llame, y nos diremos susurrando: aquí estoy, aquí me tenéis, con dos cojones…


miércoles, 11 de enero de 2012

Bajo un mundo aparente





"El hombre individual y las comunidades humanas han hecho
caso omiso de la experiencia histórica, y una y otra vez han
persistido en el mismo error identificando la felicidad con la
riqueza, buscándola siempre fuera de su inmediato alrededor."

Tartessos
La ciudad sin historia

Juan Maluquer de Motes



Bajo un mundo aparente…
No sé a ciencia cierta qué suerte de objetos y de seres pasarán por mi lado sin que sea capaz de percibirlos. Borbotones de personas anónimas en metros y autobuses, en plazas y calles. Artilugios que pasarán por mis manos y que soltaré de nuevo al mundo para que sigan su curso, su rumbo. Y es que como en la náutica, todos tenemos nuestras propias coordenadas, nuestro rumbo trazado en la carta esférica de nuestra vida. Un rumbo aparentemente seguro.
Sin embargo, más allá del plano mundano, existe otro secreto. A veces no sólo uno, sino miles.
¿Cómo? ¿No se lo creen?... Sigan leyendo.
Me ocurrió hace poco, mientras rodaba algunos capítulos de mi próxima novela en la antigua tierra de la tribu parisia, Lutecia, la ciudad de la luz, más conocida desde hace mucho tiempo como París.
Crucé el cementerio de Montparnase bajo una fina lluvia que desdibujaba los contornos de las lápidas, a las que el agua lamía como si se alimentara de humores mortuorios exhalados de las cruces de piedra. Mi objetivo era llegar a la entrada de las antiguas minas de caliza romanas, lugar de reposo de unas seis millones de almas trasladadas allí sobre el siglo XVIII y XIX desde diferentes camposantos para evitar epidemias y aminorar el excesivo aumento de cadáveres.
Adentrarme en aquel mundo subterráneo me resultó de lo más inquietante. Tomaba anotaciones y fotografías, como la que ven arriba, a lo mío. Sin embargo, llegó un momento en el que guardé la cámara. Las oquedades de los cráneos en los que una vez parpadearon ojos, que alguna vez lloraron y sufrieron, me hicieron sentir una inmensa sensación de pequeñez, de volatilidad etérea. La idea de lo efímero me apenó. Esto es lo que queda, pensé. Así que seguí caminando, pero sin tomar más imágenes. Y es que ellos, aquellas miles de calaveras, fuesen quienes fuesen, no me habían dado permiso para que les fotografiara. Incluso me planteé lo ético de exponerlas como una atracción de feria.
Los túneles, kilométricos, se alargaban en una siniestra oscuridad que sin embargo no producía temor, sino calma. La más aterradora de las calmas y los silencios que se puedan temer.
Cuando salí de allí al exterior, respiré hondo, aire fresco, observando a la gente que se cruzaba por delante de mí extrañando su carne, preguntándome si serían conscientes del mundo subterráneo que subyacía bajo su mundo aparente.
Y me pregunto de la misma forma, si alguna vez han pensado en qué otras personas vivieron y sufrieron donde ahora mismo planta usted sus pies, bajo el subsuelo de su casa o edificio, cuántos secretos guarda la ciudad en la que vive o quién murió en la plaza donde compra todos los días el pan. Lejos de creer nuestra condición caduca, nos creemos inmortales, vivientes en un extraño lugar llamado presente mirando poco o nada a nuestro alrededor.

Así que les invito a que indaguen, que investiguen.
Quién sabe, quizás acaben encontrando algo: una aventura olvidada en un archivo, una promesa escrita bajo un sillar de roca ostionera o el nombre de un navío que le haga surcar nuevos mares.
Quién sabe…
Tal vez vivan, sin saberlo, rodeado de otros mundos más allá del aparente.