sábado, 12 de enero de 2013

Al otro lado













   Lleva sentándose en la misma banqueta los últimos quince años.
   O al menos, casi siempre.
 
   Le observo de cerca cada vez que se coloca al otro lado de la barra, con ese gesto de cansada lucidez, de una prematura madurez macerada por mil pesares en los estanques de la vida cotidiana, de ese interminable quehacer aliñado por el sutil y despiadado tic tac de un reloj que nada entiende de personas ni de bares.
 
   Día tras día le he visto crecer. Parece que fue ayer cuando llegó con apenas quince años y tomó su primera cerveza con los amigos; risas de nerviosa inocencia, emoción, aventura  atisbada en la comisura de labios veloces; vinos de celebraciones, copas de triunfo, tilas de consuelo y cafés de despertares al alba. Más tarde acompañado por féminas caderas, risotadas entre tapas, miradas que lo decían todo, palabras inteligentes y seductoras; así como dolores de corazón destrozado, de amores frustrados, intentando buscar soluciones irresolubles a pasiones canallas en el fondo de una botella.
 
   Desde que le observo hemos cruzado nuestras miradas en bastantes ocasiones, a veces manteniéndola durante unos segundos, como si quisiera encontrar en mí aspectos que no lograra hallar en sí mismo, buscándome otras, evitándome en la mayoría de sus visitas. Sin embargo, eso no me preocupa. Estoy convencido de que para él no hay nadie en todo el bar que le resulte más cercano, que le conozca mejor que yo, que le observe y analice con más detenimiento o le comprenda cuando el mundo no avanza por los raíles que deseara…
 
   Sé quién hubiera querido ser y no fue.                                                 
   Sí. Nadie más que yo conoce sus más bellos pensamientos y las más oscuras de las intenciones que hayan pasado por su imaginación; sus sueños más queridos y las más horribles pesadillas que le han despertado buscando consuelo en mitad de la noche; cuál es su voz más sincera y cuáles los secretos que algún día narró a un sol poniente.
   Y si les digo que sé perfectamente lo que pasa por su cabeza, es porque al otro lado de esa barra, el que se ha estado sentando enfrente durante los últimos quince años, soy yo.
   Y yo no soy más que un reflejo en el inmenso espejo que hay al otro lado de la barra.