sábado, 2 de enero de 2010

LA CUERDA DEL RELOJ




“Ay tacita, doncellita de los mares,

lo que tú guardas tan sólo dios lo sabe…”

(Antonio Martínez Ares)



Ventolina… Tres nudos. La mar empieza a rizarse, según Beaufort. El barco se escora levemente a estribor al izar la mayor.


De la roda al codaste este navío danza por aguas milenarias. Aguas que han visto pasear por la historia a miles de personas que también creían, como nosotros, que vivían en el presente. Un presente que se abre paso desde el horizonte del pasado para crear este espacio por el cual nos movemos y que, sin dudarlo y de forma algo rápida, afirmamos que siempre fue así. Nuestra soberbia nos hace pensar que somos los responsables últimos y únicos de lo que acontece en este páramo en el cual vemos cómo se despereza esa niña que conforma nuestra historia. Que somos nosotros los que damos cuerda al reloj de nuestra propia existencia como especie.


Sin embargo, de diversas formas, a veces fortuita, y en otras ocasiones quizás provocadas por milenarios alientos, salen a este tiempo restos de un pasado que nos recuerda que nuestra existencia no es exclusiva…. No hemos sido los únicos en estremecernos ante los brazos de nuestros amados, ni los únicos en invocar a los dioses… No hemos sido los únicos en creer que vivíamos en la más avanzada de las civilizaciones, ni los únicos que nos daremos cuenta del error que suponen esas palabras.


Basta acercarse a cualquier yacimiento arqueológico, pasear nuestra mirada por los añejos sillares de la iglesia de nuestro pueblo, mirar a la mar milenaria que sonríe, o barajar la posibilidad de que la luna no acaba de inventar su trayectoria de vaivenes diarios, para obtener una dosis de esa humildad perdida por nuestra especie, y darnos cuenta de lo efímero que resulta ese sentimiento de actualidad…


En cualquier lugar, en el subsuelo que nuestros pies pisan en este preciso momento, se puede esconder el legado de otro tiempo. Un aviso a los navegantes del peligro… Unos restos que nos recuerdan que este planeta, esta tierra por la cual batallamos y morimos, en la que tanta sangre se ha derramado, por la que tantos temporales han paseado su esencia y bamboleado mil vidas, sonríe al ver como desfilan por su lomo millones de sonrisas y de lágrimas, de suspiros y emociones, de miradas e ilusiones…


Quizás algún día sepamos quién maneja los títeres, quién le da cuerda al reloj y lo para en este segundo que es nuestra vida, quién se esconde detrás de la cortina en este país de Oz…


Mientras tanto apretemos bien la caña del timón, atentos en la cofa, despiertos como el mascarón de proa… Rumbo al viento, rumbo a la vida…