domingo, 9 de noviembre de 2014

Contacto, de Carl Sagan

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"La ciencia y la religión se basan en el asombro, pero pienso
 que no es necesario inventar historias; no hay por qué exagerar. El mundo real nos proporciona suficientes motivos de admiración y sobrecogimiento. La naturaleza tiene mucha más capacidad
para inventar prodigios que nosotros"
 
Carl Sagan
 
Contacto
 
 
 

Recomiendo esta novela.


Había visto la película hacía años, y me había encantado.

 
Pero hasta hace unos días no supe que estaba basada en la novela que escribió Carl Sagan. Y allá que me puse. Me la bebí, claro.

 
Por supuesto, a quien esto lea, decirle que supera la película con creces, como suele ocurrir con cualquier adaptación, y que disfrutará de los pasajes en los que se ven la cara la ciencia y la religión, y que a mi me parecen fascinantes.


 
El final tiene un toque mágico que no se incluyó en el film.


 
Así que ya sabe, si es usted una de esas personas que alguna vez miró hacia la negra noche plagada de estrellas y se preguntó qué demonios puede haber allá arriba, este libro le encantará.

 
 
 
 
 


viernes, 2 de mayo de 2014

Una maleta llena de proyectos

 
 
 
 
 
 
 
   Estoy de vuelta.
   Y la calma reina en las comisuras de mis ojos hastiados de olas, de resplandores, de versos de levante a poniente.
   Como en todo viaje uno llega cansado, deja la maleta a medio deshacer y busca indicios del pasado en el que vivía antes de partir, rumbos seguros. Descansa y duerme, se sumerge en la rutina e intenta despertar cada mañana con esa sensación de satisfacción de que pudo hacerlo, de que abarcó el horizonte que se marcó.
   Es entonces cuando se cae en la cuenta, días más tarde, de que la maleta aún sigue sin deshacer.
   Y en ese momento te preguntas, con cierto vértigo, si deberías vaciarla del todo o volverla a llenar para partir hacia un nuevo horizonte, un nuevo proyecto.
   De vuelta al camino… de vuelta.
 
 


martes, 18 de febrero de 2014

Carnaval de Cádiz, poesía cantada

 
 
 
 





 
Qué pena…
Que con esa edad que tienes tengas tan poca humildad.
Que carezcas totalmente de tolerancia… Qué pena.
Qué pena que escupas sobre ti mismo, sobre las costumbres de tu tierra, que digas y difames sobre algo que no comprendes, que costó mucho años conseguir y que ha hecho tan feliz a tantas familias y generaciones sin daño alguno.
Recuerdo mis noches de adolescencia cantando coplas de Martínez Ares con mis amigos frente a la playa, en noches mágicas de lunas imposibles. Recuerdo la carnecita de gallina, recuerdo aquel brujo, recuerdo ese vapor, cada una de las letras que hicieron que aquella calle de la mar fuera la banda sonora de mi vida… Aquellas noches de final en las que nos reuníamos como quien observa una partida de magos entonando palabras mágicas que nos harían tomar rumbos seguros.
Y más tarde, cuando tocó irse lejos a buscarse la vida en ciudades lejanas, susurraba esos pasodobles y popurrís que me arropaban con su seguridad, aferrándome a mis orígenes, haciéndome sentir cerca mi costa de la luz…
Qué pena que insultes ese arte sin conocerlo, que no tengas interés alguno por escuchar una presentación a oscuras en el Falla, pero sí te quedes embobado con un programa americano de chulos y putas donde los constantes pitidos tapan las palabrotas.
Por eso, te compadezco.
Por eso esa pena de la que hablaba, se comienza a transformar en indiferencia.
Ignoro la infancia y la juventud precoz que te han regalado tan tremenda soberbia.
Ignoro si has disfrutado, reído, llorado de emoción, y se te han puesto los vellos de punta con las voces de una poesía cantada, porque en carnavales la gente no habla, sino canta, y canta poesía… Y poesía con letras mayúsculas, por las calles y por donde les salga de la hierbabuena…
Ignoro si alguna vez sentiste algo así.
Lo que sí te puedo asegurar es que yo te tolero.
Tolero tu opinión porque no soy como tú.
Pero te compadezco.
 
 
 


sábado, 15 de febrero de 2014

Aquella vieja librería





 
 



Aún recuerdo la sensación de entrar en una de aquellas viejas librerías donde casi todo podía ocurrir.
   Una de esas estancias donde el olor de la aventura, de la pasión, el misterio y la ternura se asomaban entre las tímidas cubiertas de un libro, de sus lomos de piel o de cartón, con esos títulos en rótulos relucientes.
   Siempre he sido un gran defensor del libro en papel, ya que además de leer soy bibliófilo, me gusta el objeto en sí, el libro con todo lo que le rodea, los antiguos volúmenes, el valorado hallazgo de una primera edición apenas usada, en buenas condiciones de conservación (y la valorada donación de alguien que sabe cuánto lo aprecio), el olor de la tinta, el parpadeo de sus páginas al pasarlas y sentir la áspera sensación de sus márgenes, el peso de sus hojas al quedar dormido cada noche a su lado, como si de una amante fiel se tratara.
   Pero, ¡Ay!… que las cosas cambian sin darnos cuenta.
   Yo que no quería ni ver un libro electrónico… Yo que difamaba de ellos y los veía como traidores del buen perfil lector… Qué equivocado estaba.
   Me embaucaron sus ventajas. Su peso imperceptible, su capacidad infinita y su luz nocturna. La discreta longitud de su perfil y la facilidad y rapidez para disponer de textos me hicieron olvidar las andaduras en busca de volúmenes imposibles o de títulos que se escaparan fuera del ámbito más comercial.
   No he dejado de atesorar mis libros preferidos en su formato original de páginas perecederas como la vida misma, de hojas que envejecen al mismo tiempo que sus dueños lectores, sin embargo…
   Sin embargo, no he podido evitar caer en sus redes.
   Y ahora, por las noches, cuando me voy a la cama con el libro electrónico en la mano, paso la mirada por mi biblioteca y mi colección de amantes miran con resignación a la más guapa, a la que duerme a mi lado, a la que les ha relegado a antiguas librerías donde cada vez entran menos clientes, negocios que algún día recordaremos de forma romántica cuando vayamos a un museo y nuestros nietos nos pregunten señalando una vitrina:
  –Abuelo, ¿qué son esos montones de hojas cosidas?
  –Son libros… Libros de verdad.  


 


miércoles, 8 de enero de 2014

La irremediable inspiración de la tormenta

 
 
 
 
 
 
El viento pega fuerte en las ventanas, haciendo bailar los mandarinos en las aceras, bamboleándose como niños escuálidos y reverentes.

   La lluvia es fina, llevada a paños largos por el levante húmedo del Estrecho; el día gris, de invierno recién entrado. La mañana fría, de enero.

   La gente deambula por la calle, formas imprecisas como hormigas perdidas que buscan refugio, ajenas a que sobre ellos está cayendo el sutil paño de la literatura.

   E irremediablemente caigo en el teclado y las palabras salen solas invocando abstracciones con vida propia.

   Y de forma casi involuntaria, como si el ente maléfico de las palabras prohibidas hubiera poseído mi interior, comienzo a escribir mi quinta novela, escuchando el viento, sintiendo el calor del flexo sobre mis manos en el teclado, el aroma del café cuyo humeante olor empaña los cristales sobre los que aporrea la lluvia.

   Para entonces yo ya no estoy allí.

   Sino a miles de kilómetros.

   Sumergido en un mar de palabras, de peligros y de emociones que mis personajes comienzan a susurrarme al oído.

   Susurros mezclados con el viento.

   Con los vaivenes de la lluvia y de la tormenta.