jueves, 2 de junio de 2011

Maestros, va por ustedes...




"Lo triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad conforme vamos haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos habituamos al mundo tal y como es."

El mundo de Sofía

Jostein Gaarder




Parece que aún les estoy viendo…

Unos más gruñones que otros, todos entrañables.

Ciencias Naturales, Matemáticas, Lengua Española, Inglés… Maestros como la copa de un pino con toda su dureza y su ternura, con toda su seriedad y humor. Tuve la suerte de toparme con ellos allá por mi infancia, en el Colegio Los Molinos de Conil, hace unos veinte años.

No es que fueran genios o eruditos integrantes de herméticas clases elitistas, se trata, sencillamente, de que además de enseñar sus asignaturas, empleaban ese lenguaje nacido del respeto, la solidaridad y la tolerancia que todos dejamos ya grabado para siempre en nuestra memoria y nuestra conciencia, al mismo tiempo que nos dejábamos sorprender por los nuevos datos que nuestras ingenuas mentes de niñez comenzaban a asimilar, en esos años en los que la sociedad aún no nos había robado la capacidad de soñar.

Recuerdo a Don Emilio, vociferante en matemáticas, un hombre que me inculcó la curiosidad por los minerales y los fósiles que coleccionaba y que exponía en vitrinas por los pasillos del Colegio, como si paseásemos por un museo de Historia Natural, haciéndome sentir un auténtico Indiana Jones cada vez que salíamos a hacer aquellas excursiones a la vieja mina de azufre, germen quizás de mis posteriores inmersiones en la historia.

O Don Gaspar, de Lengua Española, con cuyos dictados tanto aprendí, garante del buen hablar y el acento correcto. Parece que le estoy viendo paseando en el patio durante el recreo, con un libro abierto perenne en sus manos, media sonrisa en la comisura de sus labios, proyectando la curiosidad sobre lo que allí se narraba entre las miradas de niños que le imitarían en un futuro.

Don Antonio, el de Ciencias Naturales, tan campechano, tan cercano… Don Federico, el de inglés, de marcada sonrisa al entrar en clase, al que dejé la mano casi sin circulación de tanto apretarla cuando me partí la ceja a los diez años en el recreo… Tú no tengas miedo, me decía mientras me daban los puntos… Tú aprieta mi mano… Creo que ya se nos fue. Lo imagino llegando allí arriba y gritándole a San Pedro una frase muy suya: ¡Open the windows, please!

Y a todos ellos les doy las gracias por haber inculcado en nosotros, no sólo la materia que les tocaba, sino lo mejor que había dentro de cada uno de ellos, lo que consideraron más importante para hacernos buenas personas. Les rindo este modesto homenaje quitándome el sombrero…  Maestros, va por ustedes…

Y quiero pensar que hoy día sigue siendo así.

Decirle a todos aquellos que se sientan cada día delante de treinta niños que cada palabra que salga por sus bocas contará, que cada gesto quedará grabado en la mente de muchos de ellos, que cada acción podrá abrir puertas en sus pequeñas mentes que absorben información a raudales para conformar su camino particular, que lo que hacen no es tan sólo una labor de instrucción reglada, sino algo más grande y bello en labor conjunta con los padres: la enseñanza.

Como les decía, quiero pensar que hoy sigue siendo así.

Y probablemente lo seguiré creyendo hasta que me levante del escritorio y me dé por encender el televisor.