viernes, 2 de julio de 2010

El mundo conocido



“¿Quién eres tú?”, preguntó la Oruga.

Alicia replicó algo intimidada:”Pues verá usted, señor, yo…, yo no estoy segura de quién soy, ahora, en este momento; pero al menos sí sé quién era esta mañana; lo que pasa es que me parece que he sufrido varios cambios desde entonces”


Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas. Lewis Carroll.




Diviso la costa por el través de estribor, hacia donde se escora levemente el navío. Una costa que aún no conocía personalmente y cuyos altos acantilados se ven imponentes, alzándose majestuosos como sombreros de los océanos, como tierras ignotas que explorar…


Hace poco he leído un artículo. Uno en el que aparecía una expresión que me hizo reflexionar. Es sobre Alejandro III, más conocido como el Magno, quien salió de Pella, la capital de Macedonia en la primavera del año 334 a.C. con la intención de conquistar el “mundo conocido”… Estas son las palabras... Me paro a pensar.


El mundo que él conocía, pero no todo el que existía en realidad. Hace tantos años que esto sucedió que ya hemos olvidado por completo ciertos aspectos que nos caracterizaban y que nos siguen caracterizando, como el hecho de que el hombre sigue explorando costas con la convicción del Non Plus Ultra, de que ya no hay nada más allá, que todo lo que vemos es lo que hay por ver.


Imaginemos que viajamos a través del tiempo hasta aquella época y nos sentamos delante del gran Alejandro o de cualquier ciudadano contemporáneo. Ellos pensaban que ya no existían más realidades, y lo siguieron pensando durante cientos de años hasta que se descubrió que en el giratorio planeta en el que vivían había otros continentes… Otros mundos… Otra realidad. Y es que nos limitamos a ver lo que tenemos delante, pensando que nuestra posición se mide tan sólo en plano, por latitud y longitud, sin pararnos a mirar hacia arriba o hacia abajo… Hacia el cielo o hacia las profundidades máximas…


Observo la cabeceante proa y pienso si la verdad que me rodea, el esquema al que me agarro cada mañana cuando abro los ojos, es el único mundo conocido que voy a dominar, o si me quedan aún realidades por explorar, ya sean fuera o dentro de mí.


Si las ideas a las que me aferro hoy serán las mismas que mañana.


Si en algún momento, pueda brillar un destello de luz que haga desviar mi mirada al compás y el rumbo varíe, si va a surgir una escollera que me haga cambiar las demoras tomadas, si va a embriagarme algún dulce licor, playa dorada, páginas lúcidas, mar celeste o canto de sirena que me haga navegar por un universo antes no imaginado, ni tan siquiera sospechado.


Una realidad que me conduzca hacia nuevos mundos que conquistar y que me haga recordar que nunca pisamos terreno conocido, que jamás podremos estar seguros de conocer la realidad que nos rodea puesto que es un cosmos mutable, giratorio, y todo lo que lleva encima de su lomo se mueve, inevitablemente, a la misma velocidad…


Una realidad inestable como las mareas.

Volátil y efímera, como la espuma del mar…