miércoles, 11 de enero de 2012

Bajo un mundo aparente





"El hombre individual y las comunidades humanas han hecho
caso omiso de la experiencia histórica, y una y otra vez han
persistido en el mismo error identificando la felicidad con la
riqueza, buscándola siempre fuera de su inmediato alrededor."

Tartessos
La ciudad sin historia

Juan Maluquer de Motes



Bajo un mundo aparente…
No sé a ciencia cierta qué suerte de objetos y de seres pasarán por mi lado sin que sea capaz de percibirlos. Borbotones de personas anónimas en metros y autobuses, en plazas y calles. Artilugios que pasarán por mis manos y que soltaré de nuevo al mundo para que sigan su curso, su rumbo. Y es que como en la náutica, todos tenemos nuestras propias coordenadas, nuestro rumbo trazado en la carta esférica de nuestra vida. Un rumbo aparentemente seguro.
Sin embargo, más allá del plano mundano, existe otro secreto. A veces no sólo uno, sino miles.
¿Cómo? ¿No se lo creen?... Sigan leyendo.
Me ocurrió hace poco, mientras rodaba algunos capítulos de mi próxima novela en la antigua tierra de la tribu parisia, Lutecia, la ciudad de la luz, más conocida desde hace mucho tiempo como París.
Crucé el cementerio de Montparnase bajo una fina lluvia que desdibujaba los contornos de las lápidas, a las que el agua lamía como si se alimentara de humores mortuorios exhalados de las cruces de piedra. Mi objetivo era llegar a la entrada de las antiguas minas de caliza romanas, lugar de reposo de unas seis millones de almas trasladadas allí sobre el siglo XVIII y XIX desde diferentes camposantos para evitar epidemias y aminorar el excesivo aumento de cadáveres.
Adentrarme en aquel mundo subterráneo me resultó de lo más inquietante. Tomaba anotaciones y fotografías, como la que ven arriba, a lo mío. Sin embargo, llegó un momento en el que guardé la cámara. Las oquedades de los cráneos en los que una vez parpadearon ojos, que alguna vez lloraron y sufrieron, me hicieron sentir una inmensa sensación de pequeñez, de volatilidad etérea. La idea de lo efímero me apenó. Esto es lo que queda, pensé. Así que seguí caminando, pero sin tomar más imágenes. Y es que ellos, aquellas miles de calaveras, fuesen quienes fuesen, no me habían dado permiso para que les fotografiara. Incluso me planteé lo ético de exponerlas como una atracción de feria.
Los túneles, kilométricos, se alargaban en una siniestra oscuridad que sin embargo no producía temor, sino calma. La más aterradora de las calmas y los silencios que se puedan temer.
Cuando salí de allí al exterior, respiré hondo, aire fresco, observando a la gente que se cruzaba por delante de mí extrañando su carne, preguntándome si serían conscientes del mundo subterráneo que subyacía bajo su mundo aparente.
Y me pregunto de la misma forma, si alguna vez han pensado en qué otras personas vivieron y sufrieron donde ahora mismo planta usted sus pies, bajo el subsuelo de su casa o edificio, cuántos secretos guarda la ciudad en la que vive o quién murió en la plaza donde compra todos los días el pan. Lejos de creer nuestra condición caduca, nos creemos inmortales, vivientes en un extraño lugar llamado presente mirando poco o nada a nuestro alrededor.

Así que les invito a que indaguen, que investiguen.
Quién sabe, quizás acaben encontrando algo: una aventura olvidada en un archivo, una promesa escrita bajo un sillar de roca ostionera o el nombre de un navío que le haga surcar nuevos mares.
Quién sabe…
Tal vez vivan, sin saberlo, rodeado de otros mundos más allá del aparente.




2 comentarios:

Ana Belén dijo...

Observa ese camino por el que tantas veces pasas..quien sabe, quizás ese trozo de metal que crees que es una moneda de cinco duros aplastada sea una moneda de más de 300 años...y quiere contarte su historia...Que de momentos vividos hay bajo nuestros pies, cuantas aventuras, cuantas historias que averiguar...

Anónimo dijo...

Un abrazo, Antonio.