Paseaba hace unos días por el Paseo de
Recoletos de Madrid entre los miles de libros de la Feria del libro antiguo y
de ocasión, milagroso espectáculo con el que me encontré mientras rodaba unas
escenas de mi cuarta novela.
El peso de los libros se dejaba notar en la
mochila a mi espalda, los trapecios cargados me pedían descanso tras dos horas
y media de búsqueda y rescate de ejemplares respetables y asequibles. Di la
vuelta hacia Cibeles y subí al metro Banco de España.
Y ahí fue donde me surgió la idea: Metrus
Gaditanus.
Les cuento…
A la primera parada, entre una maraña de
personas cabizbajas que vuelven del trabajo a casa, de estudiantes con los ojos
abatidos de letras y otros tantos turistas asidos a las barras ojo avizor de
asientos libres, entre todos ellos, digo, entra un señor joven con altavoz y
micrófono y comienza una penosa retahíla asfixiante que tiraba por los suelos
cualquier idea de música o canción, sometiendo a los presentes a una tortura auditiva
durante el tiempo que el susodicho creyó conveniente. Al segundo acto estuve
seguro de que aquel chaval con más pinta de asesino a sueldo que de tenor debía
ser al menos sordo, porque de haberse escuchado a sí mismo no creo que hubiera
pasado la mano en busca de propina como lo hizo.
¿Insensible? ¿Yo?
No.
Soy el primero en ser solidario, pero con
quien se lo merece; incluso aun no mereciéndolo, cuando se lo gana. Sin embargo
ese señor además de ser egoísta era desagradable. Los rostros de los pasajeros
debieron ser suficientes para comprender que nadie quiere escuchar canciones
del este de Europa a toda ostia y sin gracia alguna… Cúrratelo un poco hombre
de dios…
Imaginé entonces un metro gaditano: Metrus
Gaditanus, lo quise llamar.
¿Se lo imaginan?
Subes tras una dura jornada, maldiciendo a
tu jefe, harto de estudios o agobiado por los exámenes de la semana que viene y
en ese momento sube alguien que te hace sonreír, que te cuenta como si
estuvieras apoyado en la barra de un bar un par de chistes de esos que te hacen
reír durante un par de días, con la gracia que lo puede hacer cualquier
habitante del Barrio de la Viña, por ejemplo.
Nada de música estridente. Nada de altavoces
desagradables.
Tan sólo una enorme sonrisa que se propaga
por el vagón haciendo que te olvides de los problemas durante el trayecto.
Risas y más risas que hacen sanar las heridas de la vida cotidiana.
Metrus Gaditanus…
¿Se imaginan?
Aquel día salí de la parada imaginando a un
“Love” o un “Yuyu” allí en medio del vagón abriendo la boca…
No le iba a hacer falta estirar la mano.
Le iban a caer los euros a porrillos.
3 comentarios:
Un poco del arte gaditano en cada rincón del planeta siempre vendría bien :)
uno de la viña prefiere los porrillos a euro que los euros a porrillos jeje. Un saludo, se espera con entusiasmo tu próxima entrega novelesca,
.. o que vengan aquí y aprendan.
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