lunes, 3 de mayo de 2010

El secreto de la isla



El secreto de la isla



“ Desde el barco no podíamos ver nada de la casa o de la estacada, porque estaban enterradas entre los árboles, y a no ser por el mapa que estaba en la cámara, pudiera creerse que éramos los primeros que habían anclado allí desde que la isla surgió de los mares.”


La isla del tesoro. R.L.Stevenson


“ – Sé dónde está la playa – dije.

Étienne enarcó las cejas.

– Tengo un mapa.”


La playa. Alex Garland.




El compás se mueve desde su burbuja, lento, seguro. Y varias gaviotas chillan cerca de la cofa y las escandalosas no callan, no descansan. Sólo se dejan llevar por el viento que asciende en los acantilados de esa isla cercana, mecidas por la brisa como el navío por las mareas, suave, siguiendo los impulsos que los latidos en mi muñeca dictan a la rueda del timón… Pum, pum… Pum, pum…


¿Quién no ha soñado alguna vez con perderse en una isla desierta?..


Una isla en la que imponer nuestras propias reglas, nuestras propias leyes y forma de vida sin que nadie las someta a crítica… Nuestro propio planeta… Un lugar en el que ser libres.


Quizás sea por ello que la idea de la pequeña porción de tierra en mitad del caótico y eterno mar haya sido una constante en la literatura a lo largo del tiempo y de las personas que se empeñan en comprenderlo.


Qué pasaría por la mente de Homero, si es que alguna vez existió, al cantar cómo Odiseo se moría de pena y rechazaba la inmortalidad al lado de la sugerente Calipso en su isla… Una de las tantas islas por las que desfiló combatiendo y lidiando con los caprichos de los dioses hasta regresar a su patria. Narraciones quizás influidas por el mosaico que representaba el mapa griego cuyas teselas eran fantásticos enclaves de culturas que parieron leyendas inmortales; un minotauro escondido en un laberinto bajo Cnossos… Islas mitológicas como aquella ciudad más allá de las Columnas de Hércules, construida sobre un islote de cinturones concéntricos que citara Platón como la Atlántida y que tanta imaginación ha generado a lo largo de la historia, hundida de la noche a la mañana sin dejar rastro en las profundidades del Océano…


Pero la idea insular como mundo prohibido, hermético y lejano no sólo se ha difundido por la historia antigua. Qué sería de nuestra infancia sin R.L. Stevenson y su Isla del Tesoro. Cuántas veces hemos deseado ser uno de aquellos piratas y desembarcar en una orilla de arena blanca como la harina llevando en nuestras manos un viejo mapa de piel en el que se marca una gran x… O dónde hubiéramos disfrutado más de un personaje tan fascinante como el capitán Nemo que en aquel regalo de Julio Verne llamado La isla Misteriosa… Compartir unos cocos con Robinson Crusoe en las isleñas páginas de Daniel Defoe o descubrir cómo un increíble Michael Crichton devuelve a la vida a las especies del pasado remoto en un enclave cercano a Costa Rica llamado Isla Nublar, más conocido como Parque Jurásico. Por no hablar de las millones de personas a las que no les hubiera importado estar Perdidos en la televisiva serie junto al enigmático y homónimo del empirista John Locke, o de navegar hacia la isla de los navegantes de Morris West en El Navegante.


No sabría decir por qué nos fascina tanto la idea de la isla perdida en mitad de la nada. Quizás no sea más que un recuerdo vago que el universo insertó en nuestros genes cuando aún éramos una especie primigenia. La idea de que nuestro propio mundo, nuestro planeta, no es más que una isla que flota en una aparente deriva elíptica en mitad del negro e insondable mar del cosmos.


O quizás, la razón por la que tanto nos hipnotiza, es que sea un reflejo de nosotros mismos, de nuestra vida, de nuestro ser. Cada uno de nosotros es y vive en una isla. Con nuestros propios valores y formas de interpretar los amaneceres, nuestras convicciones y dudas… Y es allí, en la ansiada orilla donde al fin encajaría ese puzzle que conforma nuestro mundo interior.


Ansiamos perdernos o salvarnos en ella.

Naufragar o volver a nacer, escogiendo quién ser y corrigiendo errores.

Convertirnos nosotros mismos en un atrayente promontorio flotante en este océano de vaivenes…


Deseosos siempre de que alguien llegue a nuestra orilla rodeada de tanto mar y nos encuentre antes de que lo haga El Señor de las Moscas


Deseosos de que alguien naufrague en nuestra costa y por fin nos revele el secreto que nos preguntamos desde que tenemos uso de razón:


Quiénes somos y cómo hemos llegado a nuestra isla…







4 comentarios:

Anónimo dijo...

yo me iría a una isla...q me yevaría??no sé...quizá una brújula q no señale el norte, si no que señale aquello que deseas...y a qué punto marcaría??a tierra firme d nuevo??no sé...habría que probar para saberlo...quizá ahora esté marcando para la isla..cuando yegue allí...el destino dirá!!...antonio...las cosas que me haces pensar con tus relatos...;)ana belén...

María Eleonor Prado Mödinger dijo...

El primer segmento es una prosa poética de las buenas, tu texto es profundo y lleva mensajes de anhelos, usas recursos literarios muy buenos, amplios en el conocimiento de la historio universal, es una narrativa interesante la que me presentas, gracias por eso.

Timonel dijo...

Gracias por vuestros ánimos, por vuestras palabras... Son vuestras frases las que llaman a las musas para que sigan susurrándome al oído los versos que derramo de levante a poniente...

Anónimo dijo...

Antonio, he cambiado la dirección de mi blog. Ahora ha pasado a llamarse: http://onclickoff.blogspot.com

Saludetes y sigue así.