martes, 14 de diciembre de 2010

Tanta luz, tanto amor...


“En un universo de ambigüedades este tipo de certidumbre llega una sola vez, y nunca más, no importa cuántas vidas le toque a uno vivir”


Los puentes de Madison County.

Robert James Waller



Es difícil verlas.

A esas personas, me refiero…


Sobre todo en estas fechas en las que el estrés está a flor de piel, los almacenes vomitan cantidades ingentes de personal abducido, movimiento contínuo de compras y preparativos, de juguetes exóticos y pedidos imposibles, precios y cuentas, compromisos, polvorones y pestiños… Palabras que van de boca en boca resonando villancicos entre mareadas impresiones de avalanchas consumistas…


Y entre toda esa jauría, esa selva en que parece convertirse el planeta, algo así como sálvese quien pueda, la cuenta atrás ya ha llegado… En mitad de ese jaleo orgiástico de pocas ganas de trabajar y mucha de anís, veinticinco de diciembre, fun, fun, fun, hay ciertas personas que conservan esa luz, ese áura, que te devuelve la esperanza, que te hace sentir bondad cuando comienzas a sentir desesperación, que te aparta al mar de la tranquilidad cuando el navío parece adentrarse en los dominios del Kraken de las Navidades Pasadas, de esa tempestad que se repite impositiva cada año.


Es difícil ver a ese tipo de personas.

Profesionales como la copa de un pino, tanto de su trabajo como del saber estar ante situaciones en las que cualquiera de nosotros se arrojaría por la borda. No importa las horas que lleven trabajando tras un mostrador, tras el ordenador o en cualquier otro lugar menos grato y más a la intemperie, que ellos te regalan la mejor de sus sonrisas, pero no de forma falsa, porque eso se nota, sino rebosante de luz, de vida. No importa lo imposible que sea tu petición, que estas personas de las que hablo lo intentarán llevando por bandera que la amabilidad es un don gratuito que pocos saber repartir.


Y cuando otros caen, ellos son los eslabones que sostienen con reaños la cadena, los que sacan las castañas del fuego a los de siempre, los que orientan las velas cuando el resto de la marinería se esconden aterrados ante las olas que escoran el barco.


Y te das cuenta y los reconoces cuando te miran a los ojos y ves la templanza y la bravura emanando en sutil armonía.


Es difícil ver a este tipo de personas con tanta luz y tanto amor en su interior.

Sin embargo existen, se lo puedo asegurar.

Y estoy tan seguro porque estoy casado con una de ellas.