lunes, 1 de febrero de 2010

BAILE DE MÁSCARAS





Hoy la mar está en calma...

No hay viento que la rice, ni soplo alguno que se atreva a romper el equilibrio que se cierne sobre su superficie de éter inmortal. El barco navega despacio, cortando su proa lonchas de agua plomiza… Por tanto tengo unos segundos para apartar mi atención del timón, apresada la rueda en rumbo seguro sin abatimiento alguno… A no ser que el levante esté disfrazado, y mi navío acabe varado en alguna costa antojada por el carnaval de las mareas…

Son muchas las historias que se cuentan acerca del carnaval.

Desde fiestas paganas recogidas en la Biblia, en las que se ofrecía carne al dios Baal entre cánticos y danzas (carne a Baal), pasando por los carros navales romanos (carrus navalis) en los se le daba la bienvenida a Baco, portador de la primavera, en un suntuoso navío, hasta periodos cristianos del medievo en los que por cuaresma se prohibía comer carne (carne levare)…

Teorías, etimologías, nombres inciertos, pegatinas y etiquetas… Da lo mismo.

Nos encanta buscar esquemas, estructuras, secuencias… Analizar nuestra especie y buscar los porqués, respuestas que están insertadas en nuestros genes, o que el tiempo y la vida nos han grabado a base de años y meses, de hojas caídas que vuelan por cada invierno... Teorías que la antropología cultural trata de definir como si fuéramos máquinas en las que se pueda leer nuestro comportamiento, nuestro sistema operativo, localizar los errores y formatear… Solo que nosotros no tenemos esa opción de formateo…

O quizás sí…

Quizás aceptemos de forma tácita que sea el carnaval una buena oportunidad para ese descanso de nuestro envoltorio racional… Presas durante toda la vida de nuestro cuerpo sumergido en apariencias, nuestra alma se libera esas noches que rozan el paganismo y el ritual ancestral… Máscaras y disfraces lo confunden todo, nos hacen anónimos, inmunes, capaces de sacar aquel yo que desde la conciencia más profunda le arrebata a la razón su soberanía. Un relámpago de descontrol que todos, absolutamente todos, ansiamos en alguna ocasión y que la sociedad en la que estamos inmersos y el sentido común, vetan para mantener a raya la locura, el descontrol, la anarquía…Y si aún lo duda, sea sincero y pregúntese qué haría en caso de tener la oportunidad de desprenderse de su corpórea limitación, de ser invisible…

Ahora me voy…

Vuelvo a cubierta, no sea que este navío se adentre en un mar de disfraces que me atrape, un baile de máscaras que descontrole el compás y no encuentre demoras para trazar el rumbo de vuelta al mar de la cordura…




( Me gustaría dedicar este artículo a un carnavalero habitante de Erytheia. )
A Diego Martínez Ramos, gracias.