Mi cuerpo se contorsionaba en el pequeño asiento del taxi que, a través de la
lluvia, se adentraba en la península de Yucatán. Una lluvia torrencial recogida
por los cenotes abriendo la piedra y la tierra, mostrando los vasos sanguíneos
que discurrían bajo la superficie.
Salimos muy temprano con el fin
de evitar las masas de turistas que acudían a diario al complejo de Chichen
Itza. Le estreché la mano al guía particular que contratamos, presentándome, un maya bajito, cómo no, observando
al fin, con la boca abierta el lugar por donde desciende la serpiente el día
mágico del equinoccio, el efecto de luces y sombras del dios Kukulcán.
Sin embargo, tras oír la espuesta del grito del quetzal en la cúspide de
la pirámide, no pude por menos que interrogar al experto por las recientes
teorías apocalípticas que atiborran estanterías de librerías, pantallas de cine
y documentales sobre el fin de los tiempos.
Tal como pueden ver en la foto, el observatorio astronómico que
levantó la polémica. “Acaba un ciclo, una forma de concebir el mundo que nos
rodea”, me dijo tras una difícil explicación matemática en la que computaba fechas… “Pero nada sobre
meteoritos ni terremotos, así que tendrá que seguir pagando su hipoteca”.
Reflexione, lector.
Crisis y culpables. Situación insostenible que se hace más llevadera si
una cultura ancestral la predijo. Causas sobrenaturales para la situación de crisis, como al final de la edad media con las brujas. Es más fácil.
Curioso que se le haga tanto caso a unos cálculos grabados en la piedra
y no se le de crédito a los sofisticados avances que la ciencia actual puede
llegar a predecir. Curioso que estemos todos deseando ver cómo un meteorito
resopla en el horizonte y se dirige hacia nosotros… Supongo que da morbo eso de
las extinciones en masa, de una vuelta al principio; la prueba está en las
series y películas sobre el fin de la humanidad.
Quizás, después de todo, suceda que cada día estamos más convencidos de
que algo estamos haciendo mal y no exista otro remedio que volver a empezar.