Escribo este artículo en la mesa de un bar.
No uno cualquiera.
Hay bares… Y bares.
Todos hemos ido a tomar un piscolabis a
lugares en donde te sientas, te ponen sus alimentos, te levantas y te vas.
Punto. Terrazas que no son más que barras, mesas, sillas y gente que va y viene.
Sin embargo, más allá de la simple y llana
apariencia de un bar, existen razones por las que ciertos lugares gozan de un
ambiente especial que te invita a volver.
Y es que hay bares en los que se atienden a
las personas, y otros que, además, tienen personalidad, como en el Mesón Gallego
“A Boliña” en Conil, donde la
complicidad y sonrisa ancha de su dueño te seduce tanto como sus platos. Y qué
platos… Qué pulpo… Qué almejas en salsa…
Ni que decir tengo que soy asiduo de este
Mesón enclavado en un pueblo que rezuma leyendas e historia, que tiende sus
blancas casas al mar como si de un brochazo de espuma salada se tratara.
Ahora tengo de dejarles. Las luces del Mesón
acaban de apagarse de repente y una llamarada surge de la oscuridad. La
queimada empieza a quemarse al son de las palabras del brujo…
Vengan a verlo.
Abajo les dejo el enlace de su página. Estoy
seguro de que sus sentidos se lo agradecerán tanto como su paladar.